Han pasado unos meses desde que comenzó la puesta en marcha de la nueva ley de Composición Etiquetado Nutricional de los Alimentos. Al realizar una evaluación de este proceso creo que en general, no ha habido grandes inconvenientes y la población parece estar aceptando bien la medida, así como también las empresas. Lo que me preocupa es la poca capacidad de fiscalización que existe para determinar si realmente la industria alimentaria está cumpliendo a cabalidad esta medida.
En este contexto es importante reconocer que algunas industrias están haciendo esfuerzos para cambiar sus formulaciones y así evitar poner los logos en sus productos. Creo es discutible es el uso de vacíos legales que permiten, por ejemplo, intentar «camuflar» las etiquetas cambiando el color de fondo del envase o poniéndolos en lugares poco visibles.
Es fundamental mejorar la educación para que la gente entienda correctamente esta medida y no se use las etiquetas desde una interpretación propia sino que se tomen en cuenta los antecedentes necesarios al momento de escoger entre un producto y otro. Sólo educando se logrará un efecto a largo plazo, que permita reducir las enfermedades relacionadas con el sobre peso y consumo de nutrientes «críticos».
En este sentido, entender que un alimento con menos etiquetas es más saludable es una conclusión un poco simplista y arriesgada, porque puede entregarle una connotación positiva a unos alimentos que, según información científica clara, no les corresponde. Al contrario, un alimento con más etiquetas puede en realidad ser más saludable, pues al final el efecto depende de los niveles de consumo.
Las etiquetas deberían ayudarnos más bien a guiar nuestro consumo, más que juzgar a los alimentos como «buenos» o «malos». Definitivamente este en un tema a mejorar y progresar.
LEER COLUMNA EN DIARIO AUSTRAL REGIÓN DE LOS RÍOS