Dicen que el tamaño de la luz es también el tamaño de la sombra, pero en mi caso, conocí la luz de la querida Gabriela de Amesti, compañera inseparable, que con tremenda paciencia, sabiduría y estilo propio, acompañó a Manfred Max Neef desde que se conocieron en Antofagasta.
Siempre se dice que detrás de un gran hombre hay una gran mujer, pero, como estudioso de la obra de Max Neef, no coloco a Gabriela detrás de Manfred, sino todo lo contrario, la sitúo delante de él. No hay ensayo, libro, informe, artículo e incluso los mensajes de la campaña presidencial y a rectoría que no hayan pasado por la revisión crítica de Gabriela, una verdadera lectora que dejó rastros de sus escritos en cartas, tarjetas y dedicatorias de libros que hizo a lo largo de su vida. Esta carta al director tiene como propósito homenajear y dignificar la vida de doña Gabriela de Amesti en momentos de su trascendencia, una necesidad humana fundamental. Queremos, desde la Fundación Manfred Max Neef honrar la vida amable y cariñosa de Gabriela, una persona entrañable, con muy buen sentido del humor y de una creatividad solidaria silenciosa.
Más que «esposa de», fue arquitecta de iniciativas que integraron a la Universidad Austral de Chile con su territorio: impulsó programas de atención a migrantes, coordinó talleres de salud mental para docentes y promovió los primeros encuentros sobre ecofeminismo en el sur de Chile. Su oficina fue siempre un espacio de escucha activa para estudiantes en crisis, funcionarios en conflicto o académicos buscando orientación ética. Vaya este salud con Charchuncho, trago inventado por Gabriela y que las magnolias del campus Isla Teja UACh, que ella tanto cuidó, florezcan como símbolo perpetuo de su amor por la vida en comunidad. Quienes la conocimos, volveremos a pasar una y otra vez por el corazón y memoria de Gabriela.