Antonio Lara es un defensor temprano de los bosques nativos de Chile. De los pocos que, en tiempos donde se tenía una mirada extractivista del modelo forestal, se atrevió a estudiar, fomentar y defender los bosques nativos con una mirada conservacionista. Es reconocido por su trabajo científico con el alerce: dató a la especie como la segunda más longeva del planeta en 1993 y fue parte del equipo que logró desarrollar un método para detectar sus cortas ilegales. Fundó en Chile el primer Laboratorio de Dendrocronología en la Universidad Austral, fomentando el estudio de los anillos de árboles en el país. Impulsó a través de la Fundación FORECOS, estudios que, entre otras cosas, demostraron que la plantación de nativo en reemplazo de eucaliptos ayuda en la regeneración de las cuencas. Este enamorado de los alerces logró aportar en la política forestal chilena en base a la ciencia, y sigue con las nuevas peleas de la actualidad: la destrucción del bosque nativo por cambio de uso de suelo, incendios y degradación, entre otras cosas. Aquí nos comparte su historia.
“Yo diría que el alerce es un árbol magnífico”. Antonio Lara (69) está sentado en su casa de Valdivia, buscando las palabras para describir la icónica conífera chilena que ha formado parte de su historia científica y activista. Tanto, como para ser considerado, desde hace años, un verdadero guardián de los alerces.
Después de asegurar su magnificencia, hace una pausa. Piensa. Sigue: “Me inspira curiosidad, respeto y un sentido de pequeñez, incluso cuando hay árboles que no son grandes”. Y luego viene la descripción que nos sitúa en medio del bosque, aún cuando lo que tenemos en frente es un computador.
Antonio alude al olor entre los alerzales. A la sensibilidad que ello provoca; a la cercanía que genera. También a sus sonidos. A los quejidos en medio del silencio y las gotas de lluvia caer en el follaje. Después, a su escala: entender al bosque como un ecosistema donde está todo conectado a través de sus elementos.
Eso es lo que lo ha movido a protegerlos. Para él, han sido más de 30 años de trabajo dedicados al estudio de los alerces, bosques nativos y agua, además aportar en la política forestal chilena, generando numerosas contribuciones que siempre han tenido como base la ciencia.
La conservación y el activismo
Antonio siempre ha sido una persona amante de la naturaleza. Su papá, español, y su mamá, mexicana, le enseñaron el gusto por mirar los atardeceres, las estrellas y disfrutar del entorno. Llegaron a Chile por el trabajo de su padre en 1963 y tuvieron una larga estadía en el país, que incluyó varios paseos a conocer sus paisajes únicos.
Pero no fue hasta los 14 años que tuvo una revelación. “Yo siempre tuve algo de piel con la naturaleza y de preocuparme por ella. Mi papá trabajaba en la Organización de las Naciones Unidas y me mostró frescos los documentos de las conclusiones, llamados y compromisos de la primera conferencia de Estocolmo. Ahí supe que quería estudiar ecología”, recuerda Antonio.
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