El ambiente está cambiando más rápido de lo que percibimos. La humanidad ha jugado un rol relevante en la dirección de estos cambios y por ello surgen voces llamando a desarrollar estrategias para minimizar sus consecuencias. Quienes trabajamos en los bosques y su entorno socio-cultural, hemos evidenciado estos cambios y sus efectos, donde se vislumbran diferentes consecuencias, no siempre positivas, y donde su mitigación requerirá enormes esfuerzos. Uno de estos desafíos es el aumento de la superficie cubierta por bosque.
Un aumento de la cobertura puede ser obtenida mediante tres estrategias: natural, artificial o combinación de ambas. La natural requiere tiempo y está asociada a factores endógenos y del entorno socio-económico, donde el azar es un invitado casi permanente. Al otro extremo, está el establecimiento de individuos de diferentes especies en sitios y diseños determinados. Para efectos de contabilidad, se beneficia la segunda opción en sus formas conocidas: forestación, reforestación, enriquecimiento, restauración, reintroducción, etc.; lo que finalmente se traduce en la acción de plantar árboles.
Plantar especies arbóreas siempre será un aporte, pero no necesariamente una solución para recuperar per se los bienes y servicios que los bosques generan para la sociedad. Una visión más amplia respecto de su complejidad y funciones revela que son relevantes tanto el número como la complejidad de sus estructuras e interacciones, esencialmente variables en el tiempo y espacio, y plausibles de manejar.
Hoy, ante la creciente información científica-técnica, junto con la evidencia de la importancia de los bosques para el futuro de la humanidad, continuamos convencidos que los árboles agrupados por sí solos no alcanzan estatus de bosque, aunque se trate de especies nativas. Así, perseverar en estos enfoques de iniciativas de solo plantación, derivados de buenas intenciones y campañas, minimiza la gestión sostenible futura de las superficies cubiertas actualmente por bosques. Existe evidencia suficiente que valida el manejo sostenible de bosques nativos o plantados -vía silvicultura- como una opción esencial para mitigar los futuros cambios ambientales y sociales. Por ello, los árboles son parte esencial del bosque, pero no constituyen ni menos logran sus funciones por el solo hecho de existir.