En estos días de julio se conmemoran 60 años de esa epopeya moderna que fue la “Operación Riñihue”. Es una historia que desde que llegué a Valdivia hace algunos años me impresionó profundamente. El terremoto de magnitud 9,5, que dos meses antes había transformado para siempre el sur de Chile, produjo tres grandes deslizamientos o ‘tacos’ que bloquearon el flujo de agua del río San Pedro o Wazalafquén, como lo llaman los Mapuche, el río encargado de llevar al mar las aguas que bajan a través de siete lagos desde la cordillera de los Andes hasta la bahía de Corral. Cerca de 450 paleros coordinados con ingenieros y técnicos trabajaron contra el tiempo para desaguar de manera controlada la enorme masa de agua que se acumulaba en el lago Riñihue como producto del bloqueo producido por los tacos. La memoria local recuerda el ‘Riñihuazo’ como una hazaña colectiva que permitió aplacar el enorme desastre que habría significado la descarga descontrolada de los 2.500 millones de metros cúbicos de agua almacenados. Esta historia contiene numerosas lecciones de solidaridad humana y nos hace reflexionar sobre nuestra frágil posición ante las fuerzas de la naturaleza. Pero hay un hecho que opaca esta conmemoración. Desde hace 12 años la empresa Colbún S.A. intenta imponer un peligroso proyecto hidroeléctrico en el río San Pedro. Se trata de una central hidroeléctrica de embalse sin regulación de 170 MW de potencia que significaría la construcción de una presa de 56 x 120 mts. a pocos kilómetros de los antiguos tacos que produjeron el ‘Riñihuazo’. Por más de una década la empresa no ha sido capaz de dar respuestas claras frente a las dudas de las comunidades que temen, con razón, que fenómenos sísmicos y deslizamientos como el de 1960 se vuelvan a producir, pero esta vez con una presa actuando como ‘taco’ deliberadamente impuesto. Por otra parte, Colbún no ha dado respuestas técnicamente satisfactorias a las numerosas observaciones hechas por científicos de la Universidad Austral que apuntan principalmente a riesgos geológicos, impactos en el paisaje, en el patrimonio paleontológico y en la fauna acuática. El proyecto, que ya tiene un 15% de avance, se encuentra detenido desde el 2011 a causa de la inestabilidad de la roca donde se construiría la presa. En el mes de septiembre Colbún debe presentar respuesta a las miles de observaciones, literalmente, hechas por servicios públicos y por la ciudadanía al último proyecto de adecuación presentado. Mientras las comunidades que habitan la cuenca proyectan una relación sustentable con el río, impulsando el turismo y el rescate del patrimonio natural y cultural, Colbún insiste en utilizar el agua como combustible en un proyecto energético que tiene, valga la metáfora, pies de barro. Más aún, negándose a asumir que la cuenca es un sistema socioecológico integrado y complejo, la empresa identifica como área de influencia del proyecto apenas un pequeño porcentaje del territorio al cual le incumbe una intervención de esta magnitud. Hace un tiempo, conversando sobre el modelo extractivo chileno, el ecólogo Juan Pablo Orrego me comentó que éste se caracterizaba por “destripar los territorios”. La imagen me quedó bien grabada y, tristemente, aplica bien en este caso. En un momento de crisis aguda como el actual debemos avanzar decididamente en restaurar, regenerar y conservar los espacios que son fuente de vida, no insistir en proyectos nocivos que sólo distribuyen daño ambiental y riesgo para la población. Ahora que conmemoramos la hazaña del ‘Riñihuazo’ no olvidemos que ésta consistió justamente en trabajar solidariamente para que el río pudiera fluir libremente, 60 años después trabajar con idéntico fin sigue siendo la mejor manera de honrar esa memoria.
A 60 años del Riñihuazo: Memoria y actualidad
Columna de opinión escrita por el académico Pablo Iriarte Bustos, del Instituto de Historia y Ciencias Sociales.