El cortometraje animado “Bestia”, nominado a los premios Oscar, no solo ha sacado a la luz la figura de Ingrid Olderöck, una siniestra agente de la DINA, ha revelado también uno de los aspectos más opacos del horror de la dictadura: el uso de la violencia sexual como forma de tortura.
Sin duda, desde el retorno a la democracia se han hecho esfuerzos institucionales por construir una memoria colectiva en la que cimentar el mentado “nunca más”. Entre otros, se establecieron comisiones de Verdad y se dictaron leyes con fórmulas de reparación para las víctimas. Pero, la desmemoria ha dominado lo concerniente a la violencia sexual institucional. Así, aunque la “Comisión Valech” no interrogó a las víctimas de tortura sobre esta clase de violencia, de los 3.399 testimonios de mujeres torturadas recolectados por ella, casi todos reconocen haber sufrido estas prácticas. En consecuencia, los casos y la brutalidad de los vejámenes registrados en el respectivo informe corresponden a testimonios espontáneos que son-como el informe lo confiesa- un pálido reflejo de la violencia sexual perpetrada por agentes estatales.
Afortunadamente, el velo ha comenzado a descorrerse gracias a los antecedentes aportados durante la última década en investigaciones judiciales. En 2010, la Corporación Humanas (una ONG feminista) empezó a formular acciones judiciales que explicitaban la dimensión de género de la tortura sexual y exigían una reparación adecuada. Con el tiempo, unas pocas sentencias se han hecho eco de este enfoque, contribuyendo a construir verdad y reparación. La minuciosa sentencia, dictada en 2020, por el entonces ministro en visita Mario Carroza sobre las torturas realizadas en el cuartel de la DINA conocido como la “Venda Sexy”, constituye un completo registro de los distintos vejámenes sexuales al que fueron sometidas especialmente las detenidas. En las casi 300 páginas de este fallo, las alusiones al perro adiestrado por Olderöck (“Volodia”) para cometer violaciones sexuales, son tan reiteradas como escalofriantes. Dicha sentencia reconoce (como la Corte de Apelaciones de Santiago en un fallo dictado en enero pasado) que si bien la violencia sexual alcanzó tanto a hombres como a mujeres, en el caso de estas últimas tuvo especificidades de género, relativas a su recurrencia, modalidades y gran impacto psicológico.
Reflexionar sobre cómo la desnudez, el contacto corporal forzados y el dolor genitalizado tienen el poder de fragilizar intensamente la identidad, individual y social, de quienes los sufren (de ahí su potencial como arma de castigo y la renuencia de las víctimas a denunciar), es parte de una gran deuda histórica que nos resta aún por saldar. Por eso, además de su valor artístico, “Bestia” tiene un gran valor moral y jurídico: nos insta a construir memoria, prevenir y reparar. Es de esperar que al orgullo nacional por su nominación para un prestigioso galardón se sume también la voluntad colectiva de iniciar dicho proceso.
Dra. Yanira Zúñiga.
Profesora de Derechos Fundamentales de la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales.
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