La profunda crisis que remece a Chile en estos momentos ha evidenciado la necesidad imperante e impostergable de cambios que lleguen hasta los cimientos de nuestro convivir, y puedan responder de forma representativa y legítima sobre el tipo de sociedad que queremos construir.
De esta manera, es vital comprender la profundidad del cambio que está solicitando la sociedad chilena. Es análogo al cambio de percepción cuando se ha tenido una vivencia muy fuerte como un accidente grave o una experiencia cercana a la muerte. En estas circunstancias no es infrecuente que se genere un cambio valórico profundo donde se prioriza y valora lo que realmente es importante para las personas.
Así frecuentemente son las relaciones humanas, los afectos y no las cosas o los bienes materiales los que emergen como relevantes en la vida. No obstante, este nuevo inicio no es calculista, no se puede actuar o imitar, se debe vivenciar con todo el cuerpo. No es un “marketing del Ser” que busca algunos acomodos añejos o un discurso que incluye conceptos de equidad o justicia, pero descarnados del sentir.
Se requiere de actos que reflejen una coherencia con los cambios valóricos que moviliza a la ciudadanía por una sociedad más equitativa, enfocada en el bien común y no en la agenda mercantil de unos pocos. De lo contrario nada ha cambiado realmente: las voces no fueron escuchadas, el sentir no fue encarnado, el impacto fue periférico. El oportunismo continúa y es sólo un maquillaje que ya nadie quiere ver.
La sociedad en su conjunto ya despertó a la transformación que implica una nueva percepción. Ya no se buscan ajustes menores o cambios para encajar un modelo obsoleto a los nuevos tiempos. Los cambios solicitados deben ser desde los cimientos, desde las raíces que se intercomunican entramando un tejido social que nos contenga a todas y todos, porque es el reflejo de una sociedad que se apoya, empatiza y se cuida como valor principal.