La industria alimentaria actual se centra en el consumidor, es decir, ofrece lo que las personas quieren comer. En ese sentido, podemos ver cómo las tendencias alimentarias cambian de manera rápida y a nivel global. El cuidado por el medio ambiente, la preocupación por el bienestar animal, la preferencia por modelos de comercio justo y la preocupación por la salud, entre otros aspectos, son cada vez más importantes.
Es así, que las industrias ofrecen productos cada vez más especializados y de mayor valor agregado. Por otro lado, los informes de la FAO muestran que el hambre y/o la “mala alimentación” han venido aumentando de manera preocupantes. Las primeras alarmas sonaron el 2015, año donde se empezó a constatar un peligroso estancamiento en las mejoras que antes de esa fecha eran claras en cuanto a la baja de la subalimentación.
La pandemia de COVID-19, los conflictos político-sociales y los estragos relacionados con el cambio climático, entre otros factores, han hecho que ya desde el año 2018 solo se constaten aumentos en las estadísticas de subalimentación (aumento de la inseguridad alimentaria), habiendo llegado el 2021 a niveles tan altos como los que teníamos antes de 2010. Ante estas realidades, el mundo científico ya ha empezado a explorar nuevas alternativas para la alimentación del futuro.
El uso de algas marinas, el desarrollo de carne cultivada, la obtención de alimentos a partir de insectos, parecen ser hasta el momento algunas de las esperanzas de nuevas fuentes alimentarias. Adicionalmente, la producción de materias primas, específicamente vegetales, bajo condiciones extremas, tal que incluso puedan ser cultivadas en el espacio, es otra línea de investigación que, lejos de ser ciencia ficción, es un área que ya se ha empezado a abordar.
Con todo lo anterior, la simple pregunta de “¿Qué vamos a comer en el futuro?” es cada vez más relevante para una humanidad desafiada y que debe tomarse este tema, como siempre ha sido, con suma seriedad y responsabilidad.