Durante la última campaña presidencial, una de las cosas que el candidato a presidente Javier Milei mencionó es que era necesario liberar las restricciones que se tienen sobre la portación de armas. Es posible que Milei estuviera intentando replicar aquello que forma parte de la Constitución de los Estados Unidos que establece que la tenencia de armas es un derecho ciudadano. Más allá de que, en el debate pasado, Milei afirmó que su interés no era ese sino lograr más eficiencia en el control de armas para que -en sus palabras- “las armas no estén en manos de los delincuentes sino en manos de las fuerzas de seguridad” el problema sobre el uso liberado de armas es el mismo: multiplica la posibilidad de la venganza privada. Milei ha utilizado la carta de definirse como políticamente liberal, basándose primordialmente en su liberalismo económico que presenta con una limitada suficiencia. Sin embargo, el liberalismo político que pretende defender se acerca más a lo que en la filosofía política se denomina libertarianismo. No pretendo en este espacio desarrollar esta explicación sino mostrar rápidamente la contradicción que se presenta en su discurso de campaña.
Si bien, todos sus esfuerzos por limitar la intervención del Estado están enfocados en cuestiones económicas, ningún tipo de liberalismo prescindiría de tener el control sobre las fuerzas de seguridad. Así, controlar las fuerzas de seguridad implica negarles a los ciudadanos la posibilidad de que ellos mismos se autoprotejan. De hecho, Milei sostiene un tipo de política criminal que se acomoda bien dentro de la “mano dura”. La idea de “mano dura” puede decir muchas cosas distintas, sin embargo, hay un patrón común que incluye el aumento de penas por la comisión de delitos determinados, la creación de nuevos delitos, la construcción de cárceles, etc. De modo que, entregar a los ciudadanos la posibilidad de tener armas para la auto defensa no figura dentro de esos planes.
Ahora bien, dejando a Milei detrás, la pregunta que me interesa responder es ¿Por qué tenemos que insistir en negar la tenencia libre de armas? La respuesta sencilla es que no todo el mundo está preparado para usar un arma. Incluso es probable que aquellas personas con entrenamiento puedan verse impedidos de actuar con diligencia ante una situación concreta. Lo sabemos, las emociones que se presentan cuando vivimos hechos traumáticos pueden hacernos actuar de un modo que desconocemos. En muchos casos, tal vez reaccionamos con valentía ante una situación concreta pero también podemos paralizarnos sin tener un atisbo de reacción corporal. Las consecuencias obvias es que es probable que esas personas que decidan empuñar un arma por primera vez lo hagan contra expertos que podrían superarlos rápidamente en esas habilidades. En contextos de desigualdad como el nuestro no debemos descartar el hecho de que quienes salen a cometer delitos no tengan -literalmente- nada que perder y que arriesgar su vida no signifique gran cosa.
La respuesta compleja es que muchos estudios muestran que la mayoría de los incidentes con armas propias se producen dentro del propio hogar. Niños y adolescentes que sienten curiosidad por el objeto prohibido, tenedores de armas que no están listos para utilizarla apropiadamente y terminan causando lesiones u homicidios a sus propios familiares, peleas entre amigos, vecinos, parientes que terminan con muertos o heridos, las posibilidades son muchas. Y en tiempos en que la violencia contra las mujeres es alta, otorgarle la posibilidad de tener un arma a un hombre violento es darle la posibilidad de que cometa un femicidio.
Por otra parte, tampoco debemos olvidar que la tenencia de armas permite la justicia por mano propia. Esto quiere decir que hay muchas más personas dispuestas a utilizarlas para vengarse por haber sufrido un delito. La historia contemporánea recuerda varios sucesos en los que ciudadanos comunes han utilizado armas para asesinar a personas que les habían provocado un daño anterior. Seguramente, muchas personas recordarán al Ingeniero Santos, un ciudadano que sufrió una cantidad incontables de robos del estéreo de su auto, y que decidió perseguir y asesinar a los delincuentes que habían concretado el último robo. Quizá no hace falta recordar que Santos, como otros “vengadores” fueron vistos como héroes.
Una sociedad democrática confía en sus instituciones, las prepara para poder cumplir con las funciones que se le asignan e intenta mejorarlas día a día. Eso es lo que esperamos de nuestras fuerzas de seguridad. Les otorgamos la misión central de cuidar nuestra integridad y nuestra seguridad y a cambio resignamos nuestro interés de auto-defendernos. Esto nos permite cuestionarla cuando corresponda, reformarla cuando es debido y defenderla cuando es necesario. El juego de la democracia se juega de este modo. Ojalá los candidatos a la presidencia de la Nación así lo entiendan.
Profesor Auxiliar del Instituto de Derecho Público de la Universidad Austral de Chile.
Columna de opinión en Diagonales