Los relojes circadianos son mecanismos internos que regulan ciclos vitales como sueño-vigilia, metabolismo, ingesta de alimentos y funcionamiento cardíaco, fundamentales para los seres vivos. Estos relojes biológicos se sincronizan con el ciclo de 24 horas de la Tierra, permitiendo adaptarnos eficientemente al entorno y al cambio de luz-oscuridad a lo largo de las estaciones. Sin embargo, la demanda de bienes y servicios las 24 horas, desacopla estos ciclos naturales del medio ambiente, generando cronodisrupción. La exposición nocturna a luz artificial, turnos de trabajo nocturnos y uso excesivo de dispositivos electrónicos, pueden provocar cronodisrupción, con consecuencias negativas para la salud, como trastornos del sueño, obesidad, enfermedades cardiovasculares y enfermedades no comunicables como diabetes y cáncer.
El cambio de hora, o horario de verano e invierno, es una práctica adoptada por muchos países para ahorrar energía y aprovechar la luz natural. No obstante, este cambio puede contribuir a la cronodisrupción, afectando la salud de la población. Durante el cambio de hora, nuestras funciones se ven alteradas abruptamente, ajustándose a más o menos luz en la rutina diaria.
Estudios demuestran que el cambio de hora induce un aumento en accidentalidad, falta de atención y, lamentablemente, incremento de suicidios. Estos hallazgos sugieren que la interrupción repentina de nuestros ritmos circadianos puede afectar negativamente nuestro bienestar físico y mental.
Dado el impacto negativo del cambio de hora en nuestra salud, es fundamental replantear la necesidad de mantener esta práctica. Adoptar un horario fijo durante todo el año podría ser una solución para reducir la cronodisrupción y promover un estilo de vida saludable. Al final, lo que realmente importa es el bienestar de las personas y la prevención de enfermedades no comunicables, que afectan la calidad de vida y al sistema de salud.