Hace unos días el Presidente Piñera convocó a las más altas autoridades del Estado para abordar la crisis en el sur del país. Antes había anunciado la recuperación de una agenda legislativa punitivista y llamado, al mismo tiempo, a adoptar un gran acuerdo nacional. A la salida de esta especie de “cumbre”, Piñera manifestó que su objetivo era articular una respuesta común estatal para “combatir con mayor fuerza la violencia”. Pero, cuando la senadora Adriana Muñoz hizo uso de la palabra, desmarcándose abiertamente de los dichos del Presidente, la ilusión de un acuerdo para enfrentar el problema se desvaneció, ante los ojos incrédulos de quienes observaban cómo su discurso era ignorado por los asistentes a la reunión, incluido el propio convocante.
Hay razones para pensar que este episodio tiene un trasfondo sexista. Abundan los estudios y relatos que muestran que las mujeres son ignoradas, aunque ocupen posiciones de poder (por ejemplo, tiempo atrás, el diario The Washington Post reveló que asesoras del ex Presidente Obama se habían puesto de acuerdo para hacer eco de sus respectivas ideas, dándose crédito unas a otras, para “amplificar” sus voces frente a las de sus colegas varones). Al ignorar el discurso de la senadora Muñoz no solo se trató de manera sexista a la presidenta del Senado, se desoyó, además, una voz diferente.
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Profesora de Derechos Fundamentales – UACh