En el sur de Chile, en el área más húmeda y turbosa del bosque valdiviano, protegido de incendios y de la tala que diezmaron a la especie, un gigantesco alerce sobrevivió miles de años y su tronco encapsula valiosa información para la ciencia frente a la adaptación al cambio climático. Se trata del «Gran abuelo», un ejemplar de la especie Fitzroya cupressoides de 28 metros de altura y cuatro de diámetro que está a punto de ser certificado como el árbol más viejo del planeta.
Los biólogos estiman que tiene una antigüedad de cinco mil años. Unos 150 años más que el pino «Matusalén», un ejemplar de la especie Pinus longaeva que descubrió en la década de 1930 Edmund Schulman, un paleontólogo que se dedicaba a fechar sequías y eventos cósmicos a través de los anillos de los árboles.
«Es un sobreviviente. No hay ningún otro árbol que haya tenido la oportunidad de vivir tanto», explica Antonio Lara, investigador de la Universidad Austral de Chile y del Centro de Ciencia del Clima y la Resiliencia de Chile, parte del equipo que estudia la edad del árbol.
Al filo del barranco donde está ubicado, en la Región de Los Ríos, a 800 kms. de Santiago, la capital del país, el «Gran abuelo» esquivó el fuego y la sobreexplotación de esta especie endémica del sur del continente americano, donde por siglos su madera, debido a su extrema resistencia, se utilizó para construir casas y embarcaciones.
Su tronco grueso y sinuoso, tapizado de musgos y líquenes, es recorrido por lagartijas y ranitas Darwin. Sus ramas, de hojas perennes y delgadas, conviven con pájaros como el chucao o el peuquito. A su alrededor crecen otros árboles menos longevos, como coihues, mañíos y tepas. Su fama trascendió las fronteras. Hasta allí llegan turistas para fotografiarse con «el árbol más antiguo del mundo».
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