La revista Latin American Antiquity (Society for American Archaeology) publicó recientemente un artículo científico denominado “Violencia física y tensión social en el desierto de Atacama: Osteobiografía de una mujer del cementerio Tarapacá 40 del período formativo”, en autoría conjunta de la antropóloga física y Dra. © María José Herrera Soto, de la U. de Buenos Aires; la Dra. Andrea González Ramírez, académica de la Escuela de Arqueología de la Universidad Austral de Chile; los antropólogos físicos Pablo Díaz y Ariel Pacheco, del Grupo OsTeam, Chile; el antropólogo físico Dr. Rodrigo Retamal, académico del Depto. de Antropología de la U. de Chile; el antropólogo físico Dr. © Profesor Arturo Sáez, docente de la Escuela de Arqueología de la UACh; la Dra. en Antropología Francisca Santana-Sagredo, académica de la Escuela de Antropología de la Pontificia U. Católica de Chile; y el arqueólogo Prof. Mauricio Uribe, académico del Depto. de Antropología de la U. de Chile.
La revista trimestral -que publica artículos originales sobre arqueología, etnohistoria e historia del arte de América Latina y el Caribe, en línea por Cambridge University Press- confiere un espacio destacado al artículo publicado el 29 de marzo pasado sobre la violencia física y el conflicto social. En él se aborda un caso de estudio que tuvo como punto geográfico al desierto de Atacama y que se vio reflejado en los restos óseos de una mujer del Período Formativo del Norte del territorio que actualmente ocupa Chile (1.000 aC-900 dC), la cual fue inhumada en el cementerio denominado Tarapacá 40, ubicado en la quebrada homónima de la misma región.
Hasta ahora, se trataba de un área con pocas investigaciones sobre violencia y conflicto social, mientras que los existentes en áreas adyacentes como Arica y San Pedro de Atacama se han enfocado en la violencia interpersonal entre cuerpos masculinos, quienes han sido los protagonistas de los conflictos entre grupos. La mujer estudiada en este trabajo abre una interesante línea de análisis, ya que es la primera evidencia contundente de un ataque perpetrado por terceros.
El equipo de investigación reconstruyó, a través de sus restos, su vida y muerte en el contexto de las condiciones sociales y políticas de esa época. Junto con la evidencia de agresión de un golpe letal en la cabeza, se analizaron las ofrendas que la acompañaban y que demuestran que ella formaba parte de la comunidad local de la época datada y que recibió el tratamiento del ritual funerario típico para las mujeres adultas. No hay lugar a dudas de que las lesiones fueron intencionales y su contexto refleja, para el equipo de investigación, un aumento «de la desigualdad y el conflicto social, por lo que la violencia física pudo ser utilizada como un mecanismo de represión interna ante el riesgo de la pérdida del poder hacia finales del Período Formativo”.
La investigadora principal, antropóloga física y Dra. © María José Herrera Soto, señaló que el proyecto en el que se basa esta publicación científica “tenía la intención de reconstruir la vida de la mujer en cuestión para otorgar una interpretación diferente a la participación de las mujeres en escenarios de violencia, ya que la bioarqueología generalmente genera inferencias con poco realce del rol social de los individuos femeninos en contextos de conflictos. Por ejemplo, cuando se hallan cuerpos femeninos con traumas suele definirse como ‘violencia doméstica’, mientras que la interpretación dada para los cuerpos masculinos con evidencia de violencia suele ser asociada a guerras, rencillas por territorios, recursos naturales, etc., o sea, un rol totalmente activo”.
“De este modo, se conformó un equipo particular para este trabajo; junto a los colegas antropólogos físicos determinamos que la mejor manera de analizar el cuerpo de la mujer era utilizando una línea forense para reconstruir su muerte. Mientras que su vida fue reconstruida en base a un análisis grupal de su osteología, integrando la información química de los isótopos estables gracias al aporte de la Dra. Santana, lo cual contribuye a conocer su dieta y ambientes en los que vivió o estuvo. También se integró una línea teórica que toma aportes de la arqueología feminista, como de otras fuentes que nos ayudan a comprender el poder, sus usos, relaciones y configuraciones. Por último, aquí fue relevante la bioarqueología social, rescatando el enfoque osteobiográfico que fue fundamental para poner en un contexto histórico a la mujer estudiada. Para estudiar un contexto en particular, por supuesto, hay que acceder al contexto material, allí se integró la información del ajuar, el cual había sido re-estudiado recientemente por Andrea González Ramírez y su equipo”.
Al respecto, la académica Dra. Andrea González Ramírez de la UACh destacó que el análisis del cuerpo de esta mujer muestra que fue una persona tratada según las normas del entierro dispuestas para las mujeres de su comunidad, que fue muy distinto que para hombres e infantes. Las mujeres fueron quienes portaron menos elementos de atuendo. Al contrario, los hombres llevaron un conjunto diverso y abundante de bienes personales. La infancia, por su parte, estuvo en general desprovista de ofrendas, salvo casos puntuales, los cuales acumularon objetos en gran cantidad y diversidad, lo que sugiere una diferenciación social hereditaria. En el contexto de marcada diferenciación socio-sexual de la época, esta mujer recibió el tratamiento mortuorio que se esperaba para una mujer promedio. Alguna o varias personas de su grupo más cercano la enterraron como se esperaba o debía hacerse. Su muerte violenta no se traspasó al espacio funerario, ya que en él es una persona con igual tratamiento que las de su clase: el de las mujeres.
Una de las preguntas que intenta responder el equipo de investigación, en consecuencia, es que la violencia de sus lesiones debe haber sido una conmoción pública. “No podemos saber si se trató de un ataque criminal circunstancial o si fue violencia política. Pero si miramos el contexto de los cuerpos de su época, como el incremento de la diferenciación y la distancia social, el hacinamiento del asentamiento, la carga de mayor cantidad de embarazos en los cuerpos de las mujeres y el aumento de las tensiones internas y externas evidenciadas en el reforzamiento de los muros perimetrales de la aldea de Caserones, es posible sugerir que eran tiempos de gran conflicto socio-político”.
Así, indicó la académica, en el contexto de la investigación “la violencia física como respuesta a los conflictos sociales suele ser un síntoma no sólo de represión, que es lo más evidente, sino una manifestación del miedo a perder el poder. La ostentación del escarnio público opera como disciplinamiento social. Es por eso que este caso es relevante tanto en su historia personal, como en la explicación que podemos hacer desde el contexto socio-histórico que le da existencia. Nos sirve muchísimo, también para reflexionar en torno a los mecanismos sociales del uso de la violencia física, un tema tremendamente contingente en la agenda política actual”.
La investigadora principal, Dra.© María José Herrera Soto, indicó que “en los primeros análisis osteológicos que realicé el año 2010 se halló una prevalencia alta de traumas en individuos adultos masculinos y femeninos del cementerio Tarapacá 40 y destacó el caso de la mujer, cuya vida y muerte se expone en el artículo. Esta mujer destaca porque, hasta ahora, es el único cuerpo en el cementerio que presenta golpes que le produjeron su muerte. En cambio, otros individuos que exhiben lesiones asociadas a violencia física fueron traumas que se sanaron en vida”.
El Período Formativo y el Cementerio Tarapacá 40
Según lo informado por la investigadora Dra. © María José Herrera Soto, este cementerio se ubica en la parte norte de la quebrada de Tarapacá, en cercanías de la actual comunidad de Huarasiña. Fue excavado y estudiado, por primera vez, por el arqueólogo Lautaro Núñez y su equipo durante la década de 1970 y por paleopatólogos, como Marvin Allison en la década de 1980. Tarapacá 40 se asocia a dos sitios muy importantes para la historia del Período Formativo de la región, que son Pircas-1 y Caserones-1. El primero presenta fechas más tempranas que Caserones, aunque en algún momento fueron contemporáneos. Las dataciones obtenidas del cuerpo de la mujer estudiada dan cuenta de que su vida se asocia al momento en que el sitio Caserones estaba en su auge. Este sitio es icónico porque se ha caracterizado como una aldea y un lugar donde se habrían dado procesos de complejización social. Artículos publicados por el Dr. Lautaro Núñez, el Dr. Simón Urbina, la Dra. Leonor Adán, Mauricio Uribe y el Dr. Pablo Méndez-Quirós, la arqueóloga Constanza Pellegrino, la Dra. Francisca Santana y el equipo de la Dra. Andrea González Ramírez ofrecen una caracterización interesante del contexto de la época.