Ver cómo los niños van afianzando prácticas tan simples como no botar a la basura los restos de una fruta y en su lugar echarlos a la compostera es una de las tantas externalidades positivas de la pandemia, donde a nivel individual y familiar se han ido adoptando hábitos que tienen un impacto muy benéfico en el medioambiente y en las economías de cada hogar.
Regalarse el tiempo para meter las manos en la tierra, cultivar plantas y experimentar tipos de abonos es una de las oportunidades que han ofrecido los tiempos de cuarentena y sus restricciones de circulación. Aprender y experimentar es la tendencia que se ha advertido en los dos talleres de compostaje dictados por la Unidad de Gestión Ambiental de la Universidad Austral de Chile en los últimos meses.
Entre las y los asistentes al taller «El ABC del compostaje: una práctica sustentable y saludable», realizado en el marco del Día Mundial del Medioambiente y organizado por el Comité de Gestión Ambiental del Instituto Inmaculada Concepción de Valdivia, fue muy bien valorado este espacio. Algunos aclararon dudas y retroalimentaron aprendizajes sobre el reciclaje de residuos orgánicos. Otros, en cambio, tuvieron su primera inducción, el puntapié para incursionar en esta práctica que rescata gran parte de los residuos domésticos y los convierte en un sustrato rico en nutrientes.
“María Ema habló desde la experiencia, no desde la teoría, por lo que se ve como algo que es mucho más sencillo de hacer. Y como las personas que opinaron compartieron lo que habían aprendido a partir de sus aciertos y de sus errores, fue súper enriquecedor”, señaló Hilda Schwerter, profesora del IICV.
“Al principio cometí varios errores preparando compost, ahora ya estamos más expertos y ya es un hábito de todos separar los residuos. Los niños ya no botan las cáscaras y las llevan solitos a la compostera. Se generó la costumbre familiar de separar los residuos orgánicos”, comentó.
Todos los residuos de vegetales y frutas se pueden compostar: hasta las corontas de choclo, las cáscaras de plátano y los cuescos de palta que demoran más en degradar, pero nada de agregar carnes ni sus derivados, explicó María Ema Hermosilla, aclarando que los de lenta degradación al igual que las cáscaras de cítricos como limones y naranjas, se deben dosificar.
Ignacia San Román, alumna de 3° medio del IICV, asistió al taller con su mamá. “No sabíamos hacer compost, fue súper bueno porque hablaba desde su experiencia, se explicó muy bien lo que tenía que ir y lo que no tenía que ir. Aunque no tenemos mucho espacio, igual lo vamos a intentar”.
La motivación de los conectados al taller fue tal que pidieron la realización de otro centrado en técnicas y/o recomendaciones de cultivo como, por ejemplo, uno para hacer almácigos y/o estaquitas, que las organizadoras esperan confirmar para fines de agosto o principios de septiembre.
Al respecto, la Jefa de UGA manifestó: “me alegró mucho ver entre los 67 asistentes a miembros de nuestra comunidad universitaria (docentes y funcionarios), profesores y familias del IICV junto a sus niñas y niños, participando de las preguntas o para compartir sus experiencias. Más me alegró recibir correos de los asistentes para contarme que ¡iniciaron el proceso de hacer compost!”.
Para María Ema Hermosilla, si se replicaran a mayor escala estas instancias de aprendizajes compartidos que instan a ponerse «manos a la obra» para resolver los problemas básicos de manejo de residuos que hoy afectan el medioambiente, tendría un impacto interesante. “Sería mucho más fácil avanzar en hacer más sustentables nuestras comunidades, vamos a replicar estas instancias lo antes posible”, resaltó.