De manera pública, un número importante de ciudades en el país están apostando a la creatividad lingüística, como señuelo para atraer la atención nacional y por supuesto ojalá, las inversiones orientadas a recuperar las alicaídas economías que las asedian. De esta forma es que se crean las ciudades sustentables, ciudades creativas, ciudades innovadoras, ciudades inteligentes. Ciudades cuyo apellidos apelan a identificar un rasgo que las posicione sobre las otras, en al menos un atributo notable.
Una enorme cantidad de recursos son direccionados a publicitar estas marcas y lograr convencer a los ciudadanos acerca de lo beneficioso que es vivir en una ciudad con estas características. Pero en honor a la verdad ¿cuánto de los recursos se destina a convertir estos slogans en realidad? Muy poco de los montos destinados a montar una idea en la opinión pública son distribuidos en procesos de educación por ejemplo. En mi opinión, éste debiera ser el primer eslabón en la cadena de iniciativas para transformar una ciudad en algo notablemente distinto. Por procesos educativos, me refiero en primera instancia a la educación formal, aquella que comienza en la educación pre-escolar hasta la educación superior e incluso la continua.
Superada la barrera de la educación, una segunda etapa debiera ser destinar los recursos a las instancias de gobierno regional y municipal. De esta manera podríamos comenzar a visualizar proyectos en curso para mejorar la calidad de vida en nuestras ciudades. Sin duda que lo anterior no puede llevarse a efecto sin la creación de políticas públicas orientadas a materializar el apellido de la ciudad. Claramente es necesario una discusión que permita a las regiones postergadas por la apertura económica y la globalización a desenvolverse en un escenario distinto al actual. Es decir a preparar territorios para el desarrollo de múltiples alternativas y no solo, como ha sido la tónica, de extraer recursos naturales exclusivamente.
El proceso de convertir una ciudad en algo más que un slogan es prolongado y requiere bastante trabajo de manera tal de poder coordinar todas las instancias públicas y privadas detrás de un propósito común. Se requiere poder contar con los recursos tanto humanos como materiales, evaluando donde es necesario invertir energía para fortalecer las áreas débiles.
Esto es sólo para comenzar, entonces podremos empezar a soñar con ciudades que son motores del desarrollo territorial y no sólo ciudades de papel.
LEER EN EL DIARIO AUSTRAL REGIÓN DE LOS RÍOS