Como cualquier organismo vivo, los seres humanos somos susceptibles a enfermedades. Históricamente, pandemias con el impacto del Covid-19 han ocurrido al menos cada 100 años, con casos emblemáticos como el resfriado español o la peste bubónica. Comparativamente, dichas pestes fueron más catastróficas que el COVID-19, aniquilando millones de personas de una población bastante menor que la actual. El entendimiento de nuestro patobioma (el conjunto de organismo patógenos que interactúan con nosotros) era también significativamente menor, lo cual hizo estas enfermedades muy difíciles de manejar.
Actualmente la situación pareciera ser diferente en varios aspectos. Uno que es claramente evidente, es que la población está más informada de conceptos de enfermedades, lo que le permitiría elaborar juicios más informados de las medidas que se toman a nivel sanitario. Esto también le permite entender la estrecha relación de los humanos con sus patógenos, lo que ha sido fundamental para cambiar patrones de conducta en pandemias. Por ejemplo, ¿Cuántos de ustedes dejaron de besarse, abrazarse o darse la mano al saludar? También hemos aprendido que los patógenos mutan mucho más rápido que nosotros, por lo que se adaptan rápidamente cuando los atacamos. Es decir, siempre emergerá una nueva amenaza, y muchas veces depende de nosotros evitar la interacción con nuestros patógenos.
Para hacer un poco de justicia, los patógenos tienen normalmente mala prensa en exceso. Están asociados con conceptos como infección y enfermedad, y en estos momentos pandemia y cuarentena, algo que quisiéramos dejar rápido en el pasado. Con regularidad, los tratamos como entes extraños y dañinos que debe ser neutralizados, y para ello utilizamos cualquier medio que sea necesario. Algo que normalmente ignoramos, es que, ecológicamente hablando, estos patógenos son parte importantes de nuestro cuerpo, y pueden controlar a los microbios “malos” en nuestros órganos, así como proveer nutrientes que no podríamos obtener sin ellos.
Los patógenos son reguladores naturales. Sus brotes se manifiestan especialmente cuando sus huéspedes están inmunodeprimidos, y/o cuando sus poblaciones son desbalanceadas (muy densas). Un caso emblemático es el de algunas mareas rojas (tan comunes últimamente en el sur de Chile), que después de aumentar sus abundancias abruptamente decaen por -muchas veces- la expresión de patógenos que las infectan y aniquilan. Este ciclo sin fin previene que muchas especies crezcan descontroladamente en la naturaleza. Mas importante aún, estos brotes epidémicos liberan nutrientes al medio ambiente, muchos de ellos necesarios para que las formas de vida que conocemos puedan existir.
La vida en la tierra es actualmente casi 95% microbiana, donde los patógenos ocupan un rol primordial. Aunque hay consecuencias negativas para la población humana, finalmente somos tremendamente dependiente de éstos para nuestra propia sobrevivencia. Cada vez tenemos más información de cómo evitarlos (a los “malos”) y sacarles el máximo beneficio (a los “buenos”). Mi humilde sugerencia es que aproveche dicho conocimiento para cuidarse (y si no lo posee asesórese de un médico/doctor), lo que sería la herramienta más poderosa que tendría para velar por su salud y la de su familia.