Septiembre, mes de la Patria expresado en el comienzo de la primavera, por décadas ha sido un impulso para valorar y proyectar positivamente la vida de las generaciones que han habitado este territorio con un regocijo colectivo que pareciera alcanzar su plenitud en las fiestas dieciocheras.
En este año, concluyendo la segunda década del siglo XXI, se presenta la más clara excepción para estos sentimientos y sus expresiones. Es efectivo que en otros años este estado anímico nacional ha sido afectado por fenómenos de la naturaleza y, en especial, doblegado por golpes a la democracia.
Sin embargo, actualmente lo negativo de la realidad se expresa con el ataque al planeta tierra del coronavirus aproximándose a las 500.000 personas infectadas en Chile y el dolor que afecta a las familias de más de 12.000 casos de fallecidos. Paralelamente, la crisis económica, parcialmente derivada de la pandemia, menoscaba la actividad productiva y de servicios por lo que el desempleo supera el 12%. La desigualdad social se intensifica tanto en los deciles más bajos como en los niveles medios de ingreso, distanciándose aún más de las cifras de los sectores de mayores ingresos y patrimonio. La situación institucional y política presenta serias debilidades que se expresan en la desconfianza de la mayor parte de la población, afortunadamente con una creciente esperanza por una nueva Constitución.
Junto a estas situaciones y sus negativos efectos destaca la dramática relación con los pueblos originarios en un marco estructural con errores históricos y de instituciones a través de diferentes problemas del dominio del territorio, aspectos socioculturales y económicos.
El llamado de los problemas culturales, sanitarios, económicos y sociales requiere de una respuesta educacional con un objetivo de conocimiento y formación que conduzca a una comprensión positiva de la diversidad cultural y de sus potencialidades. La comprensión lingüística, la cosmovisión de pueblos originarios, la valoración de elementos culturales, debieran conducir al encuentro fundado en el conocimiento del pasado y de las prospectivas positivas de la diversidad.
¿No será esta la principal ruta, plena de desafíos, para el desarrollo humano en Chile?
Ello implica una cohesión social, pacientemente construida, en una educación de la que surge el conocimiento profundo y la valoración consciente de las potencialidades de la diversidad étnica.