Aunque se ha intentado comparar la mal llamada “influenza española” (habría sido propagada desde los Estados Unidos a Europa en 1918) con la pandemia de COVID-19, existen diferencias fundamentales entre esa epidemia y la emergencia sanitaria actual. En primer lugar, la gripe española mató a 50 millones de personas a través del mundo en tres “olas pandémicas”, y si bien aun la epidemia de COVID-19 no cumple su primer ciclo, aparentemente la letalidad para ésta sería menor (aprox. 4%). Además, gran parte de los muertos consecuencia de la gripe española fueron niños y jóvenes, en su mayoría producto de complicaciones que hoy podrían haber sido tratadas con antibióticos.
¿Cuáles son entonces las semejanzas entre ambos eventos mundiales? Si bien, la historia y el avance de la tecnología han permitido en las últimas décadas acercarnos cada vez más a la identificación de los llamados “determinantes de la salud de la población“, existen similitudes fundamentales, en especial la inestabilidad social y política que han antecedido a algunas de las mayores crisis sanitarias de la historia.
Aún así es imposible proyectar con precisión cómo se comportarán los fenómenos de salud a nivel poblacional en el próximo siglo, en especial porque cuando se trata de enfermedades infecciosas emergentes la mayoría de las veces su comportamiento en la población es desconocido, así como también lo son los mecanismos que favorecen su transmisión. En efecto, hacia 1950 unas 5 millones de personas se transportaban a distintos destinos del mundo en aviación comercial. Sin embargo, en el año 2019 se realizaron 4500 millones de operaciones individuales en aviones, los que incrementa el riesgo de transportar una nueva enfermedad con potencial pandémico para la cual no existe inmunidad ni cura conocida. Si a eso le sumamos otros determinantes como el deterioro de los ecosistema producto de la sobreexplotación de los “recursos naturales”, la sobrepoblación, los efectos del cambio climático, el turismo descontrolado, etc. (todos fenómenos fuertemente asociados al modelo de libre mercado) se completa un panorama ominoso y desconocido para el futuro.
Es probable entonces que en los próximos 100 años el futuro de la humanidad y su convivencia con los otros organismos del planeta dependa más de un nuevo trato que ponga por delante la relevancia del frágil equilibrio natural, de modo de garantizar la subsistencia sostenible de las futuras generaciones.