Es innegable que la mujer históricamente ha sido la piedra angular de la economía rural, especialmente en los países en desarrollo, donde muchas de ellas son además jefas de hogar y dividen su tiempo entre el trabajo doméstico y la producción agrícola. Sin embargo, en comparación con los hombres, las mujeres solo obtienen una fracción de la tierra, el crédito, los insumos (como semillas mejoradas y fertilizantes) y la formación e información en agricultura que ellos reciben según lo indicado por FAO.
No obstante, y tal como lo indica el informe de la International Assessment of Agricultural Knowledge, Science and Technology for Development (IAASTD) este escenario está sufriendo cambios, debido a las tendencias actuales como la liberalización de los mercados y la reorganización del trabajo agrícola, así como el aumento del interés por el medio ambiente y la sostenibilidad, que están redefiniendo los vínculos entre el género y el desarrollo. Estos cambios derivan en que las mujeres ya no sólo sigan desempeñando un papel crucial en los sistemas de producción de las familias campesinas, sino que también representan una parte cada vez mayor del trabajo agrícola asalariado, el cual oscila entre el 20% y el 70%.
Por otra parte, la diversificación de los sistemas agrícolas ha favorecido el desarrollo de nuevas actividades económicas para las mujeres como empresarias autónomas, realizando venta directa, desarrollando actividades como el agroturismo, productos con valor agregado, entre otras. Un aspecto no menos importante, es que la mayor preparación de las mujeres y los avances en igualdad de género y participación desarrollados a nivel mundial, han permitido a la mujer empoderarse de su rol en la agricultura, accediendo personalmente a los planes de fomento agrícola gubernamental, asumiendo el liderazgo de su explotación y de organizaciones sociales, mejorando el éxito de la asociatividad.
En nuestro país la situación no ha sido diferente. Los resultados del Censo Agropecuario de 2007, en su apartado “La Mujer en la Agricultura Chilena” indican que ha habido “una marcada feminización de la mano de obra, y en su protagonismo en las estrategias de sobrevivencia de la agricultura familiar campesina, que son complementarias al cultivo de la tierra”. En el informe se establece además que “si bien es cierto el trabajo femenino en las zonas rurales siempre ha existido, en las últimas décadas se ha producido un cambio de patrón y de las características de este. Desde los años noventa, las mujeres ingresan con fuerza en la producción agropecuaria, ya sea como trabajadoras asalariadas, como productoras de cultivos de autosuficiencia o como microempresarias de cara al mercado”.
Si hablamos de la profesionalización, las mujeres también se han ganado un espacio en la formación de capital humano en ciencias Agrícolas. Es así que la proporción de mujeres que estudian carreras del área agropecuaria han aumentado considerablemente, a través del tiempo, destacándose hoy muchas profesionales, investigadoras y científicas de fronteras en éstas áreas. Aunque este camino es un espacio que se ha consolidado, aún queda mucho por trabajar en materia laboral en la agricultura para la dignificación del trabajo femenino en sus diferentes áreas y escalas, lo cual aumentará, sin duda alguna, las posibilidades de desarrollo de la Agricultura y la sociedad.
Esta columna fue publicada el Campo Sureño el pasado lunes 23 de marzo.