Resulta evidente la preocupación y sensibilidad que ha provocado en la opinión pública nacional e internacional, los dramáticos acontecimientos que se han estado y se están produciendo en la Franja de Gaza. En este estrecho espacio geográfico de poco más de 360 kms2 y prácticamente encerrado por el Estado de Israel y el mar Mediterráneo, cerca de un poco más de millón y medio de palestinos se encuentran experimentando un acoso militar por tierra, mar y aire por parte de uno de los ejércitos más poderosos y mejor equipados del Cercano Oriente. En efecto, salta a la vista de todo el mundo la inmensa e insalvable desproporción en el uso de la fuerza armada por parte de Israel contra una población desarmada en su generalidad y secuestrada en su propio territorio, en donde las principales víctimas son civiles inocentes y no soldados de un ejército regular. Así, la masacre que a la fecha supera más de 1.300 muertos e innumerables heridos por el lado palestino incluyendo decenas de niños, está dejando además daños millonarios en infraestructura no excluyendo plantas de agua potable y electricidad, hospitales y escuelas. En efecto, tan grave es la situación humanitaria creada en la zona, que la Organización de Naciones Unidas y un creciente número de países del orbe e incluyendo al propio gobierno estadounidense, han hecho reiterados llamados con el fin de detener el genocidio por la vía de un alto al fuego inmediato y permanente.
Claramente la comunidad internacional es una vez más espectadora de estos atroces e injustificados acontecimientos a todas luces contrarios a los más básicos principios de la Declaración Universal de Derechos Humanos, suscrita por la gran mayoría de los estados en diciembre de 1948, año en que curiosamente unos pocos meses antes y bajo el amparo de estos mismos principios consagrados previamente en la Carta de Naciones Unidas de 1945, daban vida formal al Estado de Israel.
Es el momento de una vez y para siempre, de dar una solución definitiva al largo conflicto que se ha venido dando en el histórico corredor sirio palestino. Ciertamente, las grandes potencias y las organizaciones internaciones dentro del juego del poder, muchas veces eluden sus responsabilidades. Lo que está absolutamente claro es que la comunidad internacional exige y debe exigir paz y armonía tanto para esta parte del mundo como para otras menos visibles. La reciente decisión diplomática del gobierno chileno en orden a “llamar a consulta” a su embajador ante Israel, sin duda que va en la dirección correcta en coincidencia con numerosos países del continente y de otras latitudes.
Finalmente, solo decir que como humanista el autor de esta columna no puede más que manifestarse del lado de los más débiles, de las familias, de los niños, jóvenes y ancianos que hoy sufren en Gaza. Debe recordarse que en otro momento de la historia en el siglo XX, el pueblo judío fue avasallado, cruelmente perseguido y aniquilado por un régimen totalitario nefasto y oprobioso. En dicha época de dolor, los humanistas con la ratio puesta en el corazón estuvieron con ellos.