“Somos los únicos seres que vivimos en el lenguaje”, solía repetir como un mantra el biólogo chileno Humberto Maturana, quien falleció el día de ayer a la edad de 92 años. El Premio Nacional de Ciencias (1994) sostuvo que el lenguaje no es simplemente una herramienta o un medio de comunicación –como comúnmente se entiende–, sino el fundamento de lo humano, que emerge como expresión de ciertos acuerdos alcanzados a través de nuestras conversaciones. Estemos hablando o no, siempre estamos en el lenguaje: pensamos y soñamos en él. Se trata de una forma de habitar, de fundar comunidad y cultura.
Maturana, junto a Francisco Varela, inició el camino de la así llamada “biología del conocer”, que desafió el paradigma lineal cartesiano. Si bien la idea de que el observador está involucrado en lo observado ya está presente en los desarrollos de la física cuántica, a partir de la introducción del concepto de autopoiesis, ambos autores sostienen que los seres vivos se producen a sí mismos y esa producción constituye el vivir. Siguiendo esta línea de pensamiento, la humanidad no puede ser entendida como una mutación genética, sino como una forma de vivir donde hay placer en la compañía del otro, compartiendo la comida, las caricias y la ternura. Se trata de una deriva evolutiva que emerge de la intimidad de la comunidad humana.
En el año 2000, junto a Ximena Dávila, fundó el Instituto de Formación Matríztica, donde se dedicó a reflexionar sobre la naturaleza humana. En sus últimos libros afirma que somos seres biológicamente amorosos, que nacemos con la confianza de amar y ser amados. El amor es fundamental para la conservación de nuestra existencia y para constitución de nuestra identidad. Lo que entendemos como humanidad son relaciones conservadas y enamoradas a lo largo de muchas generaciones. Con la partida de Humberto Maturana, nuestro país pierde un árbol añoso que dio muchas hojas y frutos, pero en su lugar nos deja un fecundo árbol del conocimiento.
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