Las condiciones climáticas extremas que se proyectaban a comienzos de verano, sumadas a las extensas plantaciones forestales que dominan parte del centro-sur de Chile, amenazaban con incendios de proporciones catastróficas. Ya iniciado el otoño, podemos comenzar a mirar en perspectiva para obtener lecciones e identificar desafíos.
Históricamente la temperatura máxima durante el verano de la zona centro-sur de Chile ha tenido una relación positiva con la superficie quemada, como es el caso entre las regiones de Valparaíso y la Araucanía (Urrutia-Jalabert et al. 2018; González et al. 2018). Esta relación se resume en la Figura 1, donde cada símbolo corresponde a una temporada de incendios entre los años 2000 y 2020, de acuerdo a un índice de temperatura máxima (promedios estacionales de Quinta Normal, Curicó, Chillán y Temuco) y el área total quemada entre las regiones mencionadas anteriormente. Pese a que la correlación es significativa, temporadas de verano con temperaturas similares pueden presentar una alta dispersión respecto a la superficie afectada por incendios, ya que existen otros factores que influyen en la ocurrencia y propagación del fuego. Uno de ellos es la precipitación acumulada en los meses previos a la estación de incendios, que regula el contenido de humedad del suelo y el estrés hídrico de la vegetación (Urrutia-Jalabert et al. 2018).
Figura 1: Relación clima-incendios. Cada círculo corresponde a una temporada de incendios entre los años 2000 y 2020, según su índice de temperatura máxima (eje horizontal) y superficie quemada total (eje vertical). Los colores indican condición pluviométrica el año anterior sobre Chile central, con acumulaciones sobre lo normal en color azul y verde hasta años secos (naranjo) o muy secos (rojos).
Con todo eso, ¿cómo fue el verano 2019-2020? Para partir, consideremos las temperaturas máximas registradas en la estación meteorológica de Quinta Normal, ubicada en Santiago. El promedio para el período diciembre-febrero (Figura 2, línea celeste del panel izquierdo) fue de 31.4 °C, valor que comparte el récord histórico con el verano 2016-2017, enmarcándose en una clara tendencia multi-decadal de aumento de temperaturas que nos sitúa en alrededor de 1 °C por encima del promedio climatológico (1980-2010). Anomalías cálidas similares, e incluso superiores, se observaron a lo largo del valle central de la zona centro de Chile (Figura 2, panel derecho). Notablemente, el periodo diciembre-febrero fue muy parecido a las temperaturas máximas de Santiago, con promedios mensuales de 31.5, 31.4 y 31.3 °C.
Figura 2: En el panel izquierdo, la línea celeste muestra el promedio de temperaturas registrado en el periodo diciembre-febrero, entre los años 1960 y 2020; mientras que la línea amarilla muestra los promedios de enero, destacando el año 2017. El panel derecho muestra la anomalía de la temperatura máxima promedio durante el verano 2019/2020 respecto al promedio climatológico (1980-2010). Fuente: Dirección Meteorológica de Chile y Dirección General de Aguas.
Además de las altas temperaturas durante el verano, esta temporada estuvo precedida por un invierno extremadamente seco, con un déficit de precipitaciones entre el 50 y 80 % (Garreaud 2020). Así, como lo esperábamos en diciembre (Zamorano et al. 2019), en el verano 2019/2020 experimentamos una condición climática muy favorable para la propagación de incendios forestales en Chile central. Aunque resulta imposible comparar el clima de dos veranos en todos sus detalles y su impacto en los incendios forestales, nuestros índices básicos de temperatura y precipitación, sugieren que la condición climática del verano 2019/2020 fue comparable a la del verano 2016/2017, temporada en que los incendios forestales quemaron 570 mil hectáreas, un área diez veces superior al promedio histórico (ver Figura 2 y detalles en el Capítulo 5 del Informe a la Nación sobre Incendios en Chile). Enfatizamos que factores como la duración e intensidad de las olas de calor favorables a la propagación de incendios pueden explicar también parte de las diferencias entre ambas temporadas. Específicamente, enero del 2017 -cuando ocurrieron los megaincendios- fue extremo, con un promedio mensual de máximas que alcanzó 33.3 °C (Figura 2, línea naranja en el panel izquierdo).
A la fecha, CONAF informa que se han consumido alrededor de 85 mil hectáreas, un valor superior al promedio histórico (sin considerar el 2016-2017), pero por debajo de lo que se esperaba para un verano tan cálido como este (unas 230 mil hectáreas en promedio, pero con un rango entre 140 y 350 mil hectáreas, de acuerdo al ajuste indicado en la Figura 1). Esta área quemada menor a las expectativas es, sin duda, una buena noticia, pero es necesario ponerla en contexto. Al igual que en el caso de los índices climáticos, el área quemada total es una métrica muy simplificada de los daños socioambientales y económicos que ocurren durante la estación de incendios. Por tanto, la distribución territorial y vegetacional, y el origen de los incendios de esta temporada deberán ser estudiados en detalle para la adecuada comprensión de lo sucedido. Sin embargo, las más de 80 mil hectáreas que se han quemado igualmente representan una gran superficie y graves daños, como la pérdida de más 200 viviendas en los cerros Rocuant y San Roque de Valparaíso. De igual forma, el megaincendio en el sector de Agua Fría, ubicado en la precordillera de Curicó, Región del Maule, iniciado a mediados de febrero y controlado la primera de marzo, consumió más de 13 mil hectáreas de bosque nativo con un alto valor para la biodiversidad (Figura 3).
Figura 3: La fotografía de la izquierda muestra los incendios en la interfaz urbano-rural de Valparaíso ocurridos el 24 de diciembre de 2019. La figura de la derecha es una imagen del satélite TERRA de fines de febrero de 2020, donde se aprecia la cicatriz de más de 10 mil hectáreas en la precordillera de Curicó (Región del Maule), tras el incendio en el sector de Agua Fría.
La reducción del área quemada en Chile central -respecto a lo esperado por la condición climática- podría estar dando cuenta de ciertos avances en prevención y control luego de los megaincendios de enero del 2017. En particular, los sectores públicos y privado han aumentando los esfuerzos de detección y contención temprana de focos de incendio, para lo cual destinaron una cifra récord de $120 mil millones este verano. Nuevas tecnologías de detección, aumentos en la dotación de brigadistas y mejores sistemas de combate del fuego también ayudaron a aliviar una temporada de incendio en una condición climática especialmente agresiva. Sin embargo, resulta paradójico que autoridades de gobierno declaren sobre el incendio de la precordillera de Curicó que éste sería extinguido “cuando llueva”, en forma similar a lo manifestado durante un gran incendio en Cochrane, Región de Aysén, el verano 2018/2019.
Destinar más recursos, distribuirlos adecuadamente a lo largo del país y aumentar la eficiencia para la supresión de los incendios forestales es sólo parte de la solución. La experiencia internacional es contundente, pues países como Estados Unidos, España y Australia invierten mucho más que Chile en el combate y control de incendios, y allá los megaincendios continúan ocurriendo con daños cada vez mayores. Así, la planificación territorial (incluyendo la gestión de las áreas de interfaz urbana-rural, la diversificación del paisaje y las limitaciones al aumento de plantaciones de exóticas), sistemas de alerta temprana y educación de la población, siguen siendo las grandes tareas pendientes para evitar tragedias y avanzar hacia un paisaje socioecológico más resiliente en un futuro climático cada vez más complejo.
Editado por José Barraza, divulgador científico (CR)2
Referencias:
Carlos Zamorano-Elgueta, Alejandro Miranda, Antonio Lara y René Garreaud: La crisis sociopolítica representa una potencial tragedia socioecológica en Chile. El Mostrador; 31 diciembre, 2019
González, M.E., Sapiains, R., Gómez-González, S., Garreaud, R., Miranda, A., Galleguillos, M., Jacques, M., Pauchard, A., Hoyos, J., Cordero, L., Vásquez, F., Lara, A., Aldunce, P., Delgado, V., Arriagada, Ugarte, A.M., Sepúlveda, A., Farías, L., García, R., Rondanelli, R.,J., Ponce, R.,Vargas, F., Rojas, M., Boisier, J.P., C., Carrasco, Little, C., Osses, M., Zamorano-Elgueta, C., Díaz-Hormazábal, I., Ceballos, A., Guerra, E., Moncada, M., Castillo, I . 2020. Incendios forestales en Chile: causas, impactos y resiliencia. Centro de Ciencia del Clima y la Resiliencia (CR)2, Universidad de Chile, Universidad de Concepción y Universidad Austral de Chile
González, ME., Gómez-González, S., Lara, A., Garreaud, R. & Díaz-Hormazábal, I. 2018. The 2010-2015 Megadrought and its influence on the fire regime in central and south-central Chile. Ecosphere DOI:10.1002/ecs2.2300
Urrutia- Jalabert R., González, ME., González-Reyes, A., Lara, A. & R Garreaud. 2018. Climate variability and forest fires in central and south-central Chile. Ecosphere DOI:10.1002/ecs2.2171
Garreaud, R., 2019: Estado del clima y eventos extremos el año 2019. Infografía CR2, disponible en: http://www.cr2.cl/wp-content/uploads/2020/01/Eventos-extremos-2019.jpg