La instalación de una placa conmemorativa a nuestro colega Claudio Donoso, al lado del alerce que se plantó en su homenaje hace ya 27 años y luego la reiterada corta de árboles vivos de alerce, esta vez en un lugar público (Astilleros) en Maullín, incentivan a opinar. Claudio Donoso dirigió hace ya cerca de 40 años una investigación donde pudo comprobarse que los bosques de alerce crecen con un ritmo entre 1 – 2 m cúbicos por año y hectárea, dependiendo de la calidad del sitio. Es decir, esos bosques son ecosistemas vivos: nacen, crecen, maduran y se desmoronan, como todos los bosques, pero a su propio ritmo. Los pueblos originarios siempre ocuparon madera de alerce, por sus excepcionales cualidades para botes, bateas, techo y tingle de viviendas y otros. Sus descendientes hoy siguen sorprendidos y molestos por la decisión de declarar a esa especie forestal en preservación. No está entre sus intereses la prohibición.
La Ingeniería Forestal, se desarrolló como profesión para manejar los bosques y lograr su sostenibilidad, cosechando el volumen de madera de árboles maduros o aquellos dañados, defectuosos o aquellos que impiden el desarrollo de otros, siempre asegurando la regeneración. Esta profesión, después de dos siglos de desarrollo en Europa, maneja los ecosistemas forestales manteniéndolos en su estructura y dinámica, es decir, vitales. La explotación mercantil a que fueron objeto los bosques de alerce en Chile, por la codicia del hombre en el siglo XX, se aplicó cuando aún no existían ingenieros forestales ni instituciones del Estado suficientemente preparadas para regular la actividad en el país. Hoy estamos todos esperando que se dé curso al proyecto de un Servicio Forestal del Estado, descentralizado, a través del cual este tipo de bosques, de lento crecimiento y sin interés privado a largo plazo, pueda ser protegido y manejado. Las instituciones públicas tienen el objetivo de mantener los ecosistemas forestales nativos sanos y vitales, pero accesibles, manejados con métodos profesionales, basados en estudios y experiencias prácticas, sin causarles daño, en beneficio de los habitantes de una región para aportar a su calidad de vida.
A los movimientos de conservación nacidos principales en las urbes, les falta conexión con la realidad, y hoy están causando más daño de lo que puedan darse cuenta al querer cerrar el acceso de los pobladores a los ecosistemas que viven de ellos. El robo de madera de alerce no ha parado por ese motivo, desde 1976. Es tiempo de poner realismo a la situación de los bosques de alerce y permitir su cuidado y manejo.