La Salud Mental puede ser definida como la capacidad de las personas para interactuar entre ellas y su medio ambiente promoviendo el bienestar subjetivo, el desarrollo y uso de sus potencialidades biopsicosociales considerando las metas individuales y las metas colectivas. Todo ello, en conjunto con valores transversales de la sociedad como la justicia y el bien común (Ministry of Supply and Services Canada; 1988).
Lo anterior, implica que las personas y las comunidades, definen su noción de bienestar de forma activa- en posición de “sujeto”, no de “objeto”- construyendo soluciones y espacios de desarrollo pertinentes para sus propias necesidades como parte de su singular versión del bienestar; construyendo juntos un relato y una definición de lo que ello implica.
Esto cobra especial relevancia dentro de nuestras comunidades educativas, donde el proceso de construir dialógicamente nociones de “bienestar” es una necesidad para afrontar los escenarios actuales de nuestros procesos de aprendizaje/enseñanza, pues están vinculados al retorno a la presencialidad después de una crisis sociosanitaria.
Individualmente, es más complejo definir alternativas para hacer frente a este escenario pues el malestar que comporta la misma, se vincula a situaciones que involucran a la sociedad como un todo. Por lo tanto, es de la misma forma, como un todo organizado y no como individuos aislados que necesitamos responder.
Si nuestra labor educativa solamente se remite al desarrollo de competencias académicas, corremos el riesgo de que la formación que promovemos no quede inserta correctamente en el contexto actual de pandemia en que nos encontramos y que el saber no sea una prioridad sentida entre nuestros estudiantes. Sin Salud Mental no hay Salud y sin Salud no hay aprendizaje significativo.
Tenemos que abrir espacios para organizarnos y responder juntos a la pregunta por el bienestar. Dentro y fuera de nuestras salas de clases.