En 1975, en una entrevista televisada, el periodista Jean Louis Servan Schreiber le preguntó a Simone de Beauvoir por el significado de la palabra sexismo. Beauvoir respondió que se trataba de una expresión forjada por analogía con el racismo. Mientras éste designaba a la doctrina que justifica las discriminaciones entre seres humanos por sus razas, “el sexismo es la actitud que pretende establecer discriminaciones entre los seres humanos por sus sexos” -explicó Beauvoir-. También observó que el racismo aventajaba al sexismo en la historia de los conceptos y también en la preocupación social. “La ley prohíbe llamar a un hombre ‘sucio judío’ o ‘sucio moro’ […]. Pero, si se le dice a una mujer ‘zorra como todas las mujeres’ o ‘histérica como todas las mujeres’ , no hay recurso”-denunció-. En esa entrevista, la filósofa francesa dejaba entrever que el sexismo no solo se había transformado a la época en una categoría explicativa de la subordinación femenina sino también en un objetivo de política educacional: “Queremos obtener que la ley que impide cualquier forma de discriminación racial impida también la discriminación sexual […], no solo en este ámbito de las injurias, sino también que no exista ninguna discriminación en la manera de educar a los niños, al menos, en el colegio”-decía.
Hoy la palabra sexismo engrosa el vocabulario institucional francés. En su último reporte el Alto Consejo para la Igualdad -un órgano estatal- advertía que el sexismo “comienza en casa, continua en la escuela y explota en línea” (en referencia a Internet). Pero eso no equivale a que el conjunto de ideas, prácticas, propósitos y comportamientos, de distinta naturaleza y gravedad, que lo configuran desaparezca. Ese mismo reporte alertaba que el aumento de sensibilidad frente al sexismo entre mujeres jóvenes contrasta con una clara regresión entre sus pares varones. Una encuesta del Centro de Investigaciones Sociológicas, de España, publicada en enero de este año, mostraba una tendencia similar.
Por eso, la reciente decisión del Tribunal Constitucional, que rechazó un requerimiento planteado por parlamentarios para excluir la educación no sexista de la política estatal integral contra la violencia de género va en la dirección correcta. El sexismo no es -como ahí se insinuaba- un artificio feminista, tampoco un término más vago que otras fórmulas jurídicas, ni menos un desborde del principio de igualdad. Es un catalizador de comportamientos que violan derechos humanos. No solo de las mujeres, también de los hombres. El sexismo degrada la dignidad de los hombres transformándolos en instrumentos de violencia. Hay evidencia que sugiere que las ideas de virilidad incubadas por el sexismo se asocian a una variedad de comportamientos (auto)destructivos que predisponen a los hombres a ser, con más frecuencia que las mujeres, agentes de violencia. La condena a la violencia, tantas veces preconizada como estándar moral, debiera suponer también una condena clara al sexismo.
Dra. Yanira Zúñiga.
Profesora Titular del Instituto de Derecho Público.
Columna de opinión publicada en el Diario La Tercera
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