En una reciente intervención en el Congreso, el diputado Urruticoechea afirmó que “la cultura feminista es muy peligrosa”. Insinuó también que las leyes contra la violencia de género castigan a los hombres por el solo hecho de serlo. Dichas palabras destilan una inaceptable caricatura de las leyes contra la violencia de género. Quienes son castigados con base en estas leyes lo son porque dañan, maltratan, violan, desfiguran, mutilan o asesinan a mujeres. No porque sean hombres.
El discurso de Urruticoechea es típicamente antifeminista. El antifeminismo (una gama del discurso sexista) no es nuevo, pero tiene ciertas particularidades en su versión contemporánea. Sostiene que las mujeres ya han obtenido una igualdad de derechos. Niega y reescribe las luchas históricas de los movimientos de mujeres, lo mismo que las estadísticas que dan cuentan de la desigualdad estructural de género. Unas y otras serían una invención feminista cuyo objetivo es instalar artificiosamente una “guerra de sexos”. En estos inflamados discursos, el feminismo es presentado como “un enemigo poderoso”, castrador, una ideología extremadamente peligrosa (“la ideología de género”), que amenaza no solo a los hombres, sino también a las mujeres o, más bien, a la “verdadera feminidad”. Esa feminidad, reclamada habitualmente por ventrílocuos masculinos, en la que, tomando prestada la exquisita fórmula de Virginia Woolf, la virtud femenina consiste en ser “espejos dotados del mágico y delicioso poder de reflejar una silueta del hombre de tamaño doble del natural”.
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Profesora de Derechos Fundamentales – UACh