Cuando hablamos del wüñol tripantü nos referimos al cambio de ciclo en el entorno y el cosmos, mirado desde el Wall Mapu (territorio ancestral de la nación mapuche), desde el sur austral del mundo. Si bien es posible establecer una serie de paralelos con otros pueblos indígenas del hemisferio sur, al estar anclado en la noche más larga del año, desde la cosmovisión mapuche no es un día, sino un periodo que abarca aproximadamente dos semanas, donde la vida vuelve a brotar, reverdeciendo los campos y montañas.
El wüñol tripantü es una instancia de articulación de la familia-comunidad con la dimensión espiritual de la vida y la existencia desde la propia cosmogonía mapuche, estando representados los conocimientos ancestrales y el contexto de vida actual en un diálogo para definir el ‘ser mapuche hoy’.
Es cierto que, tras siglos de lucha y resistencia de la nación mapuche frente al Imperio Hispano y al Estado chileno, la imposición del mundo de raíz occidental, de las religiones cristianas y de la escolarización monocultural en territorio mapuche, el wüñol tripantü desaparece de las prácticas familiares y de los libros de historia reciente. En realidad no desaparece, más bien es ocultado en la celebración católica de San Juan, para reaparecer y masificarse en las últimas décadas.
Pensar el wüñol tripantü hoy en día, en un país cuyo racismo y colonialismo se extiende hasta el presente en los planos sociales, educativos y políticos, lo posiciona en una práctica de resistencia y de re-existencia cultural. Resistencia que, al igual que la vegetación del campo, rompe el manto que le ha ocultado por siglos, que ha buscado su exterminio por medio del despojo territorial, económico, cultural y lingüístico. Brota así la re-existencia con un grito al meli witran mapu (territorialidades ancestrales) para decir estuvimos, estamos y estaremos, ya que la herencia mapuche no se reduce al pasado, sino que es una mirada al futuro.