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Para determinar el perfil social o cultural de un barrio basta con mirar el color de las casas. Aunque también se podría entrevistar a los habitantes de cada inmueble. Sin embargo, la simple observación y el posterior análisis con herramientas que entregan el diseño y la arquitectura proporciona un punto de vista novedoso y hasta la fecha no explotado con tanta frecuencia en Chile, al menos fuera de la academia. Eso hasta ahora. Elisa Cordero (diseñadora gráfica), Francisca Poblete (antropóloga social) y Marcia Egert (antropóloga social), son las responsables de llevar la teoría a la práctica en Valdivia. Las investigadores analizaron el uso del color en la disposición del territorio, particularmente en la población An-wandter (actual calle Los Avellanos), el barrio Teja Sur y el conjunto Lomas del Río Cruces. El resultado: «Colores de Valdivia, tres barrios de la Isla Teja» (Ediciones Kultrún), un libro financiado con recursos del Gobierno Regional y que fue presentado en la Primera Feria del Libro de la Universidad Austral de Chile, en el escenario central del Museo de Arte Contemporáneo.
En el evento estuvieron las tres autoras y la Dra. Laura Rodriguez y el Mg. Gerardo Saelzer, ambos académicos del Istituto de Arquitectura y Urbanismo, quienes estuvieron a cargo de la presentación del libro.
La publicación aborda en un primer capítulo la relación entre conceptos como color, arquitectura, barrios e identidad. También reconstruye los principales hitos en el poblamiento y desarrollo urbano de la isla Teja; y contribuye también con datos elementales para entender la existencia de una paleta cromática determinada en los tres sectores elegidos. A las apreciaciones técnicas, se suman descripciones de los propios vecinos sobre las razones por el uso del color en sus casas. E imágenes de las estructuras tomadas por el fotógrafo Abel Lagos el año pasado.
Las claves
«Hay una idea generalizada, por ejemplo, que el color que tienen las casas está relacionado con el status de sus habitantes», explica Elisa Cordero, coordinadora de la publicación. Y agrega: «Por eso, una motivación fue descubrir si los vecinos de los barrios, también creían lo mismo. Nos dimos cuenta que cuando la gente habla del color, no dice mucho. Es algo que está asumido, a lo que no le dan mayor importancia y que creen, es propio de las viviendas. No lo analizan mucho, sin embargo, descubrimos que hay una resignificación social del uso del color, lo que nos sirve para entender cosas históricas». En el proceso de delimitar el perfil de los barrios también fue considerada la información proporcionada por la naturaleza del sector y las propias tradiciones familiares. En el libro, explica: «Algunos vecinos valoran la mantención de un mismo color de fachada a través del tiempo, si los recursos económicos lo permiten; por lo demás, resaltan criterios prácticos (conservación de la madera). Así, el frecuente retoque de las fachadas responde a la mantención de una forma de habitar iniciada por las segundas y terceras generaciones».
Participación
La Prof. Elisa Cordero dice que el color es un elemento con asociaciones aspiracionales muy fuerte («Habla de lo que la gente aparenta o quiere ser») y que su uso genera más sensación de pertenencia, mientras más se involucran los usuarios en la elección. «Estamos claros que cada dueño de su casa la puede pintar como quiera, pero eso no tiene mucho sentido cuando se trata de un proyecto de restauración de un barrio con sentido histórico (…) en el barrio Los Avellanos advertimos un sentido de pertenencia muy arraigado, algo que tiene que ver con la libertad. Son propiedades que durante muchos años fueron de color amarillo, pero que cuando los vecinos se transformaron en propietarios, se adueñaron de esa estética. Cambiaron los colores, las pintaron según sus propios gustos personales».