La Universidad está viva. Fluye en su interior la sangre de una década revolucionaria. Valdivia había caído abatida por el Terremoto de1960 y la incertidumbre cundía por sus calles, mientras en las antiguas casonas donde se albergaban las primeras entidades docentes creadas como la Facultad de Bellas Artes y la Facultad de Filosofía y Letras, ambas emplazadas en el histórico barrio de General Lagos, surgía un nuevo espíritu bullante de ideas, de sueños y de inquietud juvenil que marcaría para siempre el devenir de la historia de lra Universidad Austral de Chile. Era la década del 60 que se iniciaba a grandes voces, voces que aún hoy se escuchan en las viejas aulas olvidadas, haciendo eco de un tiempo que se quedó inmortalizado en las flores y en las luchas por un mundo mejor…
La historia comienza
El inicio de este período está marcado por la batalla que daba la UACh en el Parlamento a fin de que se aprobara un decreto que le permitiera su autonomía. Su rechazo entre los congresistas fue motivo más que suficiente para que se organizara una protesta estudiantil en el frontis del hoy demolido Hotel Pedro deValdivia con Reinaldo Barahona como cabecilla, en su calidad de presidente de la FEUACh. Gritos y pancartas serían durante esos años, la tónica en que los jóvenes manifestarían su descontento. El proyecto se volvió a presentar en 1961, cuando el senador Aniceto Rodríguez propuso cambiar el nombre de la UACh por el de Arturo Acharán Arce, insigne senador valdiviano fallecido que fue vital en la fundación de esta Casa de Estudios. La iniciativa fracasó una vez más.
Este revés se dejó sentir y quien más resultó herido fue el Dr. Eduardo Morales Miranda (Rector Fundador), que no pudo evitar el desmoronamiento de su plan institucional que lo llevó a presentar su renuncia a la rectoría a fines de ese año. Con él se marcharon algunos profesores, pero la UACh seguiría su camino con bríos propios, abriendo las puertas para un hombre de reconocida reputación intelectual en las salas de la Universidad de Chile, el Dr. Félix Martínez Bonati, un docente del área pedagógica de apenas 33 años y con un Doctorado en Gottingen.
Además de conseguir un espectacular crecimiento de las instalaciones y equipamiento de la UACh, materializado en la ciudad universitaria en la Isla Teja, su gestión permitió un acercamiento con la vieja Universidad de Chile, con un marcado acento académico y de desarrollo científico.
Otro de los logros significativos fue el explosivo aumento de los profesores. En 1962, éstos eran apenas 75 dedicados a tiempo completo a sus actividades universitarias, en 1969 llegaron a 362, entre los que se contaban 25 catedráticos y más de seis profesores alemanes. En tanto, los alumnos componían un conjunto de 332 jóvenes a principios de la década y al final de ella, alcanzaban la no despreciable cantidad de 1.421. Hoy, sus filas estudiantiles superan los nueve mil estudiantes.
Universidad con voz propia
Entre los hitos más importantes del período estuvo la formulación y aprobación de los nuevos Estatutos de la Corporación para adaptar la universidad a los tiempos que corrían. Se comenzó a trabajar en el tema a partir de 1965 y ya en 1968 hubo luces para su aprobación. Conceptos como democracia y participación marcaron los discursos, como resonancia de lo que sucedía fuera de sus paredes. El mundo estaba cambiando, especialmente para los alumnos, cuya dirigencia encabezaba por entonces el Prof. Carlos Amtmann Moyano, quien tres décadas más tarde llegaría a ser Rector de la Universidad Austral de Chile.
Los estatutos de la rectoría de Martínez Bonati fueron la antesala de la tan esperada autonomía, lograda ese mismo año con la firma del Presidente de la República, Eduardo Frei Montalva. En el libro «La Isla del Alma Mater» de Pelusa van de Maele, escribió: «Los años siguientes trajeron nuevos y grandes problemas para la institución, pero ya no se volvió a poner en duda su legítimo lugar en la constelación de las universidades chilenas».
Actualmente, la UACh también vive un proceso reformario puesto en marcha por el mismo Amtmann de aquellos años 60. «Este proceso recoge un anhelo largamente expresado por la comunidad universitaria», dice. En la formulación de los nuevos estatutos han participado representantes de todos los estamentos del plantel, siendo uno de sus principios fundamentales que sustentan precisamente la participación, tan en voga en ese entonces como hoy, ya que la responsabilidad primera de este cambio radicó en las Facultades que desarrollaron claustros para debatir y definir materias claves como la misión y el objetivo de la Universidad, tipos de socios de la Corporación, incorporación de socios académicos, y composición y atribuciones de los Cuerpos Colegiados Superiores, entre otros aspectos institucionales.
Gritos de Cambio
William Thayer, Ministro de Justicia del gobierno de Frei, sucedió en el cargo a Félix Martínez Bonati. Era 1968 y se avecinaba una época de cambios radicales. El mundo estaba a punto de dar un giro tan dramático como sorpresivo. Soplaban los vientos de los 70 y entre sus susurros, llegaban las voces de profundos descontentos y de irreconciliables posiciones en la forma de concebir las instituciones. Las ideas ya no surgían como parte del ejercicio esencial del espíritu universitario. Las ideas se encontraban frente a frente como dos titanes en lucha a muerte. Los de izquierda y los de derecha. El tiempo para el pensamiento iluminado se acortaba y llegaba la hora de las acciones, muchas de ellas con un impacto tan rotundo en el alma de la comunidad que hoy todavía duelen.
Thayer puso el énfasis en una universidad de carácter regional, destacando como logro la organización del Primer Seminario Universitario Regional-Sur. «Pensé que debíamos presentar al BID un proyecto de desarrollo e invitar a los argentinos a una aventura común de fortalecimiento regional». La universidad comenzaba a expandir, camino que hoy se mantiene plenamente vigente.
Hernán López, empresario turístico y ayer, estudiante de Pedagogía en Castellano cuenta que entre sus catedráticos ilustres estaba Eleazar Huerta. «Sus clases no sólo se dictaban en sala, sino también en los pasillos y en la plaza, a lo Sócrates. Recuerdo como si fuera hoy a Claudio Molina, Gengi Kuramochi, Hernán Urrutia y varios más disputándose la cercanía de don Eleazar para escuchar sus sabrosas anécdotas cargadas de sabiduría entre un cigarro y otro… La verdad es que en Valdivia y su ambiente universitario con algo de bohemia aprendí a escuchar, a conversar y a compartir en largas veladas en el café Turismo. Hacíamos «yunta» con Carlos Flores del Pino, Carlos Amtmann, Augusto Firmani, Roberto Murúa para las fiestas universitarias. Lo pasábamos muy bien. Todo era muy espontáneo y vital, como el traslado de pensiones que solíamos hacer en carretones o «chicoteados» por ser más baratos. Nuestros somieres, colchones y enseres solían pasar por la plaza a vista y paciencia de todos con nosotros arriba de semiconductores. Antes de ser elegido presidente de la FEUACh en el verano de 1965, nos correspondió a Roberto Murúa y a una docena de idealistas realizar trabajos voluntarios de verano: construir una escuela en Panguipulli Alto. Ese fue el espíritu de la juventud de los años 60, antes de entrar en el período de ideologización cada día más polarizante y complejo» (Testimonio recogido del libro «La Isla del Alma Mater» de Pelusa van de Maele).