Escrito por: Dr. Rodrigo Arias I., académico del Instituto de Producción Animal (IPA), y Dr. Máximo Alonso V., Director de dicha unidad académica de la Facultad de Ciencias Agrarias de la Universidad Austral de Chile (UACh).
Los gases de efecto invernadero (GEI) resultantes de la producción de ganado vacuno (principalmente el metano) han sido el centro de un gran escrutinio público en el mundo durante los últimos meses. Una serie aparentemente interminable de informes y artículos está impulsando una narrativa de que para “salvar al planeta” se debe comer menos carne y beber menos leche. Ésto resulta preocupante, pues existe mucha desinformación, ya que en las sociedades modernas que viven en las grandes ciudades no se tiene conocimiento sobre cómo se desarrolla la actividad pecuaria. El conocer los hechos es importante en este debate, que no va a desaparecer pronto.
Lo primero que podemos señalar es que el gas metano proveniente de los rumiantes es parte de un ciclo natural del carbono (Figura 1), el que es completamente diferente al del metano proveniente de fuentes fósiles, como el gas natural, como lo señalan Alan Rotz (USDA-Agricultural Research Service) y Alexander Hristov (Pennsylvania State University). En efecto, los rumiantes han sido importantes actores en el desarrollo de la humanidad, contribuyendo a convertir carbohidratos estructurales y no estructurales en grasa, así como también proteína vegetal de baja calidad en otra de alto valor, calidad y biodisponibildiad (leche y carne). Es más, toda la evidencia científica a la fecha sugiere que hoy somos lo que somos, es decir, que evolucionamos, gracias al consumo de carne y grasa (incluyendo médula ósea, cerebro, entre otros), pues según diversos antropólogos, ésto permitió el crecimiento del cerebro y el desarrollo de las capacidades cognitivas que caracterizan al ser humano (https://go.nature.com/2OTWXw5).
Figura 1. La producción de metano en el ganado es parte de un ciclo de carbono natural en el que el metano se oxida en la atmósfera durante un período de años convirtiendo el carbono en dióxido de carbono (CO2) que se puede fijar a través del crecimiento de las plantas para formar carbohidratos en los alimentos. Dentro de este ciclo no hay impacto a largo plazo en el clima si las emisiones de metano y la oxidación están en equilibrio (adaptado de Rotz y Hristov, 2019).
Al consumir el forraje, el rumiante es capaz de degradar componentes antinutricionales presentes en las plantas (por ejemplo los fitatos) y, en condiciones de pastoreo, mantener los ecosistemas pratenses reciclando nutrientes y contribuyendo a mejorar el suelo. Además de los productos de consumo, también proveen diversos subproductos a la humanidad, como vestuario, productos farmacéuticos, cosméticos, deportes, etc.
¿Es posible eliminar los bovinos para salvar al planeta?
Un aspecto relevante a considerar es que una parte importante del suelo en el planeta no puede ser cultivado (Figura 2), siendo cada vez menor la superficie arable disponible, pues las ciudades que originalmente ocuparon los mejores suelos, al crecer se expanden cubriendo suelos agrícolas con hormigón. Por ello, resulta complejo plantear que la población del mundo se sustente sólo en base a productos vegetales, dado las limitaciones de suelo y la contaminación que estos sistemas de producción también generan (el desarrollo y uso de fertilizantes también genera gases de efecto invernadero). Recordemos que no existe ninguna actividad productiva que no genere algún grado de contaminación, por lo tanto, el desafío es cómo se logra minimizar ese impacto o ser carbonos neutrales.
Figura 2. Área terrestre mundial por categoría (Fuente: elaboración propia a partir de la literatura).
¿Cuál es la solución?
Sería muy ambicioso de nuestra parte plantear una solución, no obstante, nuestra visión apunta a ser más eficientes en la actividad pecuaria, obteniendo más producto con menos animales, generando menos contaminantes. Es aquí que los sistemas pastoriles cumplen un rol importante, al secuestrar una cantidad importante de CO2. Existe una estrecha relación entre el suelo, las plantas y los animales, y como tal, la generación de GEI debería ser analizada desde esa perspectiva.
En este contexto, estudios recientes plantean que los rumiantes, bajo un adecuado manejo de pastoreo, no sólo reducen las emisiones de GEI, sino que también facilitan la provisión de servicios ecosistémicos esenciales, aumentan el secuestro de carbono en el suelo y reducen el daño ambiental, convirtiéndose así en parte de la solución y no del problema. El aumento del carbono secuestrado en el suelo permite neutralizar los GEI emitidos en la digestión de su alimento. Por otro lado, en el suelo de sistemas pastoriles existen diversas poblaciones de bacterias metanotróficas que oxidan el metano atmosférico, contribuyendo también a mitigar las emisiones de CH4 entérico.
Finalmente, el impacto que tiene reducir o eliminar la carne o leche de nuestra dieta sobre el impacto del planeta es mínimo, pudiendo generar un mayor impacto otros cambios de hábito como: el reciclaje, el menor desperdicio de alimento, el uso de transporte público y otros. En general, reducir la utilización de combustibles fósiles que terminan liberando parte del carbono secuestrado hace miles de años.
En síntesis, los productos de origen animal deben formar parte integral de la dieta, ya que son saludables y con un mínimo impacto ambiental cuando se producen responsablemente. Asimismo, los nuevos paradigmas nutricionales pueden impactar positivamente a los sistemas de producción chilenos que se basen en la pradera como principal recurso alimenticio.