Nota: Se comparte la versión in extenso. En algunos medios el profesor creó una versión más corta.
Desde el año 2000, y cada tres años, aproximadamente seiscientos mil jóvenes de aproximadamente 15 años de los países pertenecientes a la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (en adelante OCDE) y de algunas economías invitadas por la OCDE se someten a una misma medición (por supuesto, cautelando las diferencias propias de la traducción de la medición a diferentes idiomas) por dos horas. A diferencia de otras mediciones, test, pruebas y exámenes, el Programa Internacional para la Evaluación de Estudiantes (como se le conoce a la medición PISA, por sus siglas en inglés) no mide lo que los adolescentes han memorizado. Al contrario, su propósito es conocer cuán exitosos están siendo los sistemas educativos en preparar a las nuevas generaciones de estudiantes con las competencias y habilidades necesarias para vivir, actuar y alcanzar sus objetivos en la sociedad del siglo XXI (por ejemplo, las habilidades de pensamiento crítico, creatividad, colaboración, comunicación, innovación, entre otras). Para ello, en PISA se les pide a las y los estudiantes que resuelvan problemas no rutinarios (en los dominios de Lectura, Matemática y Ciencia), que identifiquen patrones que no sean obvios y que presenten argumentos convincentes por escrito. En palabras simples, trata de medir la habilidad de pensar que las máquinas aún no han dominado. En esta breve columna, no me detendré a analizar los aspectos de construcción ni metodológicos de la medición PISA (aspectos bastantes robustos), sino que en resultados de nuestro país en la medición 2018, tendencias y posibles impactos de estos para nuestro país.
En La última medición PISA 2018 participaron 79 países, incluyendo los países latinoamericanos de Argentina, Brasil, Colombia, Costa Rica, República Dominicana, México, Panamá, Perú, Uruguay y Chile. El año pasado, la medición la rindieron en nuestro país un total de 7.621 estudiantes pertenecientes a 257 establecimientos seleccionados aleatoriamente (municipales, particulares subvencionados y particulares) de todo el país. Los últimos resultados, publicados el martes por en la mañana, revelan que Chile no hay nada nuevo bajo el Sol; seguimos estancados en el ranking. En el dominio de Lectura somos el país latinoamericano con mejores resultados (lugar 43 de 79 con un promedio de 452 puntos) seguidos por Uruguay y Costa Rica (en los lugares 48 y 49 respectivamente). Lo anterior no es motivo de alegría, puesto que todos los países latinoamericanos medidos obtuvieron una clasificación inferior a la del promedio de países de la OCDE (que en lectura fue de 487 puntos). En Ciencia y Matemática los resultados no son muy diferentes; Chile encabeza el ranking de países latinoamericanos en Ciencia (en el lugar 45 con un puntaje promedio de 444 puntos, pero muy por debajo del promedio de la OCDE de 489 puntos) y en Matemática ocupamos el lugar 59 (con 417 puntos promedio y otra vez más bajo el promedio OECD de 500 puntos para Matemáticas). En general, los resultados indican que Chile mejoró (al igual que Alemania y Jordania) el rendimiento en el dominio de Lectura, pero no en Matemática o Ciencias, pero que en conjunto con 23 países (entre los cuales se encuentran por ejemplo Francia, Nueva Zelanda y Estados Unidos) no existieron diferencias estadísticamente significativas entre los resultados 2015 y 2018 en los dominios de Lectura, Matemática y Ciencia.
El ranking de nuestro país en cada uno de los tres dominios es —al menos para mí— la parte menos interesante de los resultados PISA. Aunque el espacio en esta columna impide un acabado análisis de los resultados (los resultados completos están disponibles en https://www.oecd.org/pisa/), los últimos resultados dan cuenta que en el dominio de Lectura cerca del 25% de las y los estudiantes chilenos se encasillan bajo el Nivel 2 (de un total de 6 niveles, siendo 1 el nivel más bajo y 6 el más alto) de competencia en Lectura. En otras palabras, y muy resumidamente, 1 de cada 4 estudiantes chilenos de aproximadamente 15 años pueden identificar la idea principal en un texto de moderada extensión. Reporto el Nivel 2 porque es considerado por algunas/os investigadores/as como el nivel mínimo que las y los estudiantes deberían exhibir en PISA para interactuar competentemente en el mundo en que se desenvolverán en su vida futura. El otro lado del espectro, solo el 0,2% (¡1 de cada 500!) de nuestras y nuestros estudiantes logran el nivel más alto de competencia en Lectura; es decir, pueden contrastar e integrar información que representa múltiples y potencialmente conflictivas perspectivas, utilizando múltiples criterios y generando inferencias a través de piezas inconexas de información para determinar cómo se puede usar esta). Lo anterior, contrasta con la proporción de estudiantes en el Nivel 6 en de algunos sistemas educativos como lo son Singapur (7,3%) o más de 1 de cada 40 estudiantes en Australia, Canadá, Estonia y los Estados Unidos.
Aunque este estancamiento en los resultados no es necesariamente motivo de preocupación —puesto que cambios en la política educativa son de carácter incremental y acumulativo, y pueden llevar años— una vez más, PISA da cuenta de verdades brutales sobre la calidad de educación en Latinoamérica y en nuestro país; todos los países latinoamericanos medidos obtuvieron una clasificación inferior a la del promedio de países de la OCDE incluso Chile y México, los cuales pertenecen a la OCDE. En Chile, y en general, nuestras y nuestros estudiantes no son capaces de completar taras básicas en Lectura, una habilidad fundamental en este mundo de constante cambio y altamente digitalizado. La Matemática, un área que predice de manera confiable los ingresos futuros de las y los estudiantes, sigue siendo el área más débil en Chile.
PISA no proporciona causas de los bajos resultados de Chile, solo síntomas. Una vez más, las posibles soluciones a los bajos resultados son conocidas; diversos estudios dan cuenta que hay que encarar la brutal desigualdad en el sistema educativo —que en Chile lo queremos intentar—, invertir y crear un sistema de profesionalización docente de calidad y continuo, enseñar poco centrándose en habilidades y competencias más que en contenidos y en el saber hacer bien, y centrarse en la educación preescolar, pero no en contenidos, sino que en habilidades sociales y emocionales. ¿Se puede?, ¡por supuesto! Hay ejemplos de experiencias exitosas de algunos países escandinavos, anglosajones y asiáticos y en nuestro país también (me permito mencionar solo a dos, el Liceo Bicentenario de Excelencia Polivalente San Nicolás en la región de Ñuble y la Escuela Fronteriza Juan Soler Manfredini de Cochamó en la región de Los Lagos).
En definitiva, se requiere una mirada de estado, en que los distintos sectores políticos y gobiernos —independientemente de su ideología—, la academia, las y los docentes, los distintos centros y federaciones estudiantes y apoderados nos sentemos a conversar y a establecer una hoja de ruta para contribuir a mejorar las oportunidades para nuestras y nuestros estudiantes, y en definitiva mejorar el futuro de nuestro país, sin que la desigualdad y el tipo de colegio sean factores primordiales que se correlacionen con en el éxito académico.
El Llanquihue 09/12/2019