La importancia de la producción de alimentos, en el contexto del cambio climático que afecta al planeta, ha quedado de manifiesto aún más, en este último año, donde la pandemia del Covid ha visibilizado la desigualdad e incrementado los niveles de pobreza.
La FAO indica que las mujeres constituyen el 45 por ciento de la mano de obra agrícola en los países en desarrollo, a pesar de que tienen menor acceso a la tenencia de la tierra, financiamiento y participación en entidades responsables de la toma de decisiones. De este modo, se ha señalado a las mujeres como la “columna vertebral de nuestra labor en la agricultura”, siendo además ellas quienes reinvierten hasta el 90% de sus ganancias a nutrición, alimentos, atención médica, escuela y actividades generadoras de ingresos, ayudando a romper el ciclo de la pobreza intergeneracional.
No obstante, según estudios recientes, 19 millones de mujeres sufren inseguridad alimentaria severa, en comparación con 15 millones de los hombres, lo cual afecta directamente a los niños quienes tienen perspectivas de futuro mucho mejores cuando sus madres están sanas, y cuentan con recursos económicos y formación.
A pesar de este reconocimiento del rol de la mujer en la agricultura y la alimentación que indica la FAO, las cifras de nuestro país muestran importantes brechas de género en el área, tanto en el acceso a empleo como en el nivel de las remuneraciones, mientras que el tiempo dedicado al trabajo doméstico y que no es remunerado, sigue siendo mayor en las mujeres.
Las mujeres empleadas en el área de agricultura, ganadería silvicultura y pesca en Chile, corresponden solo al 23% del total de la fuerza de trabajo, con una brecha además de 23% en sus salarios (INE, 2018). El porcentaje de micro emprendedoras en esta área también es de un 23%, según las cifras oficiales, con una brecha en remuneraciones de 25%.
Merecen un reconocimiento especial, aquellas mujeres que aportan desde la producción de alimentos en la agricultura familiar campesina, transfiriendo conocimiento y manteniendo las unidades productivas de autoconsumo que en tiempos de Covid han sido fundamentales para la seguridad alimentaria y el abastecimiento local de las comunidades.
Investigación
En el área de la Investigación, la situación no es muy diferente. A nivel global, las mujeres representan menos del 30% de los investigadores del mundo. En nuestro país las cifras indican que solo un 39,7% del personal ocupado en investigación son mujeres y si consideramos solo Investigadoras este número cae a 34.4% (INE, 2017).
Asimismo, la brecha de género es mayor cuando consideramos el número de mujeres trabajando en investigación con grado de Dr. (31%) comparado con los otros niveles de formación. Resultados recientes manifiestan que, si bien un 53% de las matrículas de Educación Superior corresponde a mujeres, sólo 1 de cada 4 de ellas se matrícula de áreas ciencias, tecnología, ingeniería y matemáticas (MinmujeryEG, 2020). Este aspecto es muy relevante puesto que el desarrollo de la ciencia tecnología e innovación son claves para el desarrollo sostenible, especialmente, de la agricultura.
Sin duda, existe mucho por hacer en equidad de género en nuestras disciplinas. Un mayor acceso de mujeres y niñas a la ciencia y tecnología, como está siendo promovido actualmente, permitirá aumentar la masa crítica y las contribuciones a esta área, más allá del género.
Si hablamos de la participación de mujeres científicas en Ciencias Agrarias y Alimentarias, su número también es menor que el de hombres, así como el porcentaje de mujeres en categorías académicas superiores o en cargos de responsabilidad dentro de las Universidades. Pese a que en la actualidad existe un mayor acceso a la formación de postgrado que, específicamente, en Ciencias Agrarias llega al 47%, ser mujer científica es una decisión no solo profesional, sino también personal, ya que implica cumplir con múltiples roles que en la actualidad aún son considerados responsabilidad del género femenino.
Aunque existe un importante cambio generacional, donde hombres y mujeres, apoyan la equidad de género, lo que seguramente implicará un salto cualitativo muy importante en la dignidad y reconocimiento de los aportes que las mujeres hacen en la agricultura, la alimentación y todos los ámbitos de la vida. Las instituciones, deben estar a la altura de estos cambios para garantizar el acceso igualitario de las mujeres a la educación, el trabajo y la ciencia, reconociendo y destacando sus contribuciones las cuales son, además, una fuente de inspiración para las futuras generaciones de mujeres.
Debemos seguir trabajando para derribar las barreras que impiden el acceso igualitario a la formación de las mujeres profesionales en carreras vinculadas al área agroalimentaria y desde la academia, fortalecer el camino hacia la formación de postgrado para el desarrollo de investigaciones de impacto en este sector que contribuyan a asegurar la alimentación de la población en un contexto sustentable.