El problema de la inseguridad siempre es resuelto por no expertos con una misma solución vinculada con la aplicación del derecho penal.
Existen desde hace mucho tiempo, recetas para resolver la mayoría de los problemas de las democracias modernas en nuestra región. Personas que se presentan como expertas en determinados temas “aconsejan” a los gobiernos qué hacer para resolver determinadas cuestiones. Así, hemos escuchado soluciones para resolver el problema de la inflación, la falta de empleo, la educación, la salud, la alimentación, etc. Esos expertos y expertas tienen en algún momento la oportunidad de aplicar esas sugerencias cuando, eventualmente, les toca formar partes de equipos de gobierno y las soluciones que propusieron no siempre consiguieron resolver lo que prometieron.
Sin embargo, hay una solución que siempre se presenta en el debate público que nunca incluye la opinión de expertos o expertas: la seguridad. Por alguna razón misteriosa, el problema de la inseguridad o su reverso, el derecho a la seguridad siempre es resuelto por no expertos con una misma solución, no siempre bien definida, vinculada con la aplicación del derecho penal. La falta de conocimiento de quienes lo proponen hace parecer a estas soluciones como algo trivial y de fácil concreción bajo la idea de que “hay que castigar a los malos”. Por supuesto, nadie -en principio- estaría en desacuerdo con eso. Sin embargo, el problema es que la propuesta de castigar a los malos -los delincuentes-, siempre implica únicamente encarcelar personas por la mayor cantidad de años posible. La cárcel es la única solución que está en ese plan.
Parece bastante pobre como solución. Ahora, su pobreza se hace más evidente cuando los problemas se hacen más complejos. Cuando los delitos que hay que investigar son más intrincados, cuando quienes son investigados tienen mucho más poder y cuando las investigaciones son más deficientes, la respuesta sigue siendo la misma: la cárcel soluciona todos nuestros problemas. Durante décadas se repitió la misma solución que, sin lugar a dudas, falló, ha fallado y seguirá fallando. Nada mejoró desde que se repite esa fórmula vacía. Lo único que conseguimos es que haya más personas inocentes presas, que los jueces y las juezas actúen con miedo e irresponsabilidad disponiendo encarcelamientos preventivos sin fundamento y logrando una superpoblación carcelaria que, en toda la región, es desmedida.
Es extraño que la cárcel como solución al problema de la inseguridad sea una propuesta formulada siempre por personas vinculadas a la política. Es curioso también que, pese a que el desconocimiento sobre el tema es total, la cárcel sea considerada siempre como una solución posible. Me costaría pensar que, si alguien vinculado a la política me explicara como comer de una forma saludable, como aumentar mi productividad o de qué preparar una comida típica, yo tomara esa explicación como algo a seguir. Entonces, me pregunto ¿por qué debería considerar la propuesta de que las soluciones asociadas con la cárcel van a arreglar mi vida?
Personalmente, no conozco ningún teórico o ninguna teórica que proponga que la cárcel sea la solución a algún problema social. Sin embargo, es cierto que la voz de los expertos no puede ser la única que hay que escuchar en un debate público y menos aún en este tema. Pero también es cierto que la voz de los expertos y las expertas en temas de castigo, cárcel, seguridad, administración de justicia están -curiosamente- silenciadas, particularmente, en esta región. Es increíblemente amplia la variedad de personas con conocimientos que pudieran dar explicaciones y justificaciones fundadas sobre cada uno de estos temas provenientes del derecho, la criminología, la antropología, la sociología, el trabajo social, la psicología y la filosofía. La variedad de propuestas incluye, la utilización de castigos alternativos a la cárcel, la desfinanciación de la policía, la modificación del Servicio Penitenciario, la formación de jueces y magistrados, investigaciones empíricas que recojan información para poder decidir mejores políticas públicas, y la lista podría seguir.
Como en cualquier otra situación de nuestra vida, si hay algo que hacemos y no funciona, hacemos cambios para conseguir aquello que queremos lograr. La cárcel no nos dio nunca más seguridad. Por el contrario, constituyó un lugar en el que las arbitrariedades se multiplicaron, donde las personas fueron abandonadas a su suerte, donde se amplió la desigualdad y donde nada bueno sucedió. Entonces, ¿por que insistir? Imagino que las respuestas no podrían ser muy convincentes para seguir defendiéndola. Por esas razones, es que debemos empezar a escuchar otras voces que, seguramente, están esperando hace tiempo para participar activamente del debate público y que, afortunadamente, tienen mucho para decir.
Académico de la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales de la Universidad Austral de Chile.
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