El río es un sistema provisto de un canal central y planicies de inundación, estas últimas son áreas de ribera aledañas que de forma natural están provistas de vegetación. En épocas de lluvia el caudal del río aumenta y ocupa dichas planicies, siendo la vegetación la responsable de actuar como “esponja” frente a esas crecidas para evitar aluviones. Lamentablemente, el ser humano las ha modificado removiendo la vegetación de ribera y construyendo sobre ellas casas, hidroeléctricas, vertederos y otros.
La no planificación del territorio, basada en los procesos y dinámicas de los sistemas naturales, una vez más nos recuerda de la manera más dolorosa que el río reclama su espacio, que la ribera es un sector que no se debe tocar, y que, al contrario, debe ser restaurado con vegetación nativa a fin de que estas crecidas sean mitigadas en el futuro, considerando que los eventos extremos van a continuar como consecuencia de los efectos del cambio climático.
Afortunadamente, la cuenca del río Valdivia no posee gran infraestructura en sus cursos principales y eso es algo positivo, estamos a tiempo de generar una estrategia que nos permita gestionar y planificar el uso de estos ecosistemas en toda su magnitud, evitando su sobrecarga y colapso.
Un ejemplo claro es que al construir una hidroeléctrica se debe considerar el caudal máximo en los últimos 100 años, esto nos entrega información sobre lo que puede soportar esa infraestructura para no ver lo ocurrido en la Central Hidroeléctrica Rapel, que no dio abasto y desencadenó aguas abajo una inundación mucho más potente de lo esperado sin su existencia. Incluso, nos hace reflexionar sobre el cambio de paradigma que debe existir hoy en día en relación a las fuentes energéticas futuras, las cuales deben ser menos invasivas, evitando alterar los ecosistemas de forma drástica, como ha sucedido con las centrales hidroeléctricas.
A nivel local, lo ocurrido con el escurrimiento de basura en Morrompulli nos ponen en alerta. La concentración de basura puede tener múltiples efectos tóxicos por la acumulación de metano, gas que aumenta 34 veces más el efecto invernadero que el dióxido de carbono. También, el aumento en la concentración de plásticos y microplásticos que producen serios daños a la fauna nativa, incluso, al mismo ser humano, a través del consumo de agua potable y alimento.
La restauración y planificación basada en la naturaleza es el camino.