Aunque parece muy poco una hora, a través del transcurso de las estaciones y los cambios en la duración del día y la noche, los seres humanos van adaptando lentamente sus relojes biológicos a la cantidad de luz disponible.
Entonces cuando ocurre el solsticio de verano, los días se comienzan a acortar lentamente. Obviamente no es la misma velocidad en Santiago que en Punta Arenas, ya que están a distintas latitudes. Entonces en Santiago a una persona le tomará 6 meses para adaptarse de 13,5 horas de luz a 10,5, correspondiente a la noche más larga en el solsticio de invierno. En cambio en ciudades extremas como Punta arenas, el mismo tiempo es requerido para adaptarse de 16 horas de luz en verano a sólo 8 horas en invierno. Si le agregamos a este cambio adelantar o atrasar una hora, se produce una desincronización de nuestros relojes internos, lo que produce una deficiente adaptación, con los consecuentes problemas que conlleva.
Investigaciones de nuestro grupo en la Universidad Austral de Chile y de otros, han demostrado que los cambios de horario son perjudiciales para la salud, incluso antes de nacer. En este contexto ha sido demostrado un aumento en la incidencia de episodios de depresión y accidentes laborales. También han informado de alteraciones reproductivas tanto en hombres como mujeres y alteraciones en el ciclo sueño/vigilia. Como aquí no sabemos qué ocurre primero, lo anterior está estrechamente relacionado con algunas enfemedades prevalentes de la vida moderna, como son la hipertensión, diabetes, síndrome metabólico, obesidad, colesterol alto y cáncer de mama y colon, entre otras.
La ventaja inicial por la cual fue modificado el horario de invierno y verano, es que significaba un ahorro de energía, pero la eficiencia energética a la que tenemos acceso hoy ha hecho posible que este ahorro sea marginal.
Pero al parecer la principal justificación para este cambio es que las personas al salir de casa en oscuridad aumentan su sensación de inseguridad, teniendo en cuenta que esta sensación de inseguridad en las mañanas es parte de nuestros sentidos primitivos de alerta, como animales diurnos que somos. En este contexto es importante resaltar que el miedo a la oscuridad es una condición primitiva y no del aumento del peligro real.
Ya nos adaptamos como país a las nuevas circunstancias y aunque el escenario se veía negativo el año pasado, la opinión pública parece sentirse más cómoda con no tener cambios de horarios, sobre todo en lugares donde vivimos más extremos los cambios con las estaciones del año.
LEER COLUMNA EN EL DIARIO AUSTRAL REGIÓN DE LOS RÍOS