Desde la adhesión de Chile a la Convención de los Derechos del Niño, se han desarrollado distintas iniciativas en favor de la educación en primera infancia. Sin duda los mayores avances en el último tiempo han sido la creación de la Subsecretaría de Educación Parvularia y de un marco para la buena enseñanza, así como la incorporación de los/as educadores en la ley de carrera docente.
Resulta destacable que desde la política pública se promueva la visión de una educación parvularia especializada en la atención de niños y niñas, para la construcción de conocimientos. Sin embargo, esto se enfrenta con algunas barreras que es necesario considerar si pensamos en la urgencia de una evolución de paradigma. La educación parvularia en general responde a los desafíos de estimular avances epistémicos en la primera infancia y a promover la justicia social, especialmente considerando el contexto de inequidad presente en Chile.
Asumir estos desafíos, implica cambiar ciertas visiones sociales que se contradicen con la noción de la educadora de párvulos como una PROFESIONAL de la educación. La asociación educadora-segunda madre, o la visión de la educadora como alguien exclusivamente «amoroso», resulta en gran parte equivocada, en la medida que ambas dimensiones se alejan de lo que demanda una tarea educativa ya altamente feminizada. De alguna manera, ambas ofrecen una concepción reduccionista del trabajo que implica gestionar ambientes formativos y mediar en la construcción del conocimiento. Es esperable que estas labores se realicen desde la ética del cuidado, la ternura y el enfoque de derechos, pero ello no basta, también se debe integrar la visión de una profesional que toma decisiones con autonomía, que es mediadora de conocimientos y que lidera procesos formativos en una comunidad de aprendizaje.
Ser profesora o educadora responde a dimensiones sociales distintas y particulares. Las competencias de una educadora son construidas desde lo profesional y se debe rendir cuenta pública sobre ello a través de distintas evaluaciones, por tanto, se requiere un cambio de paradigma que contribuya a legitimar este ámbito de acción, mientras trabajamos en un posicionamiento distinto de este nivel educativo.
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