Me dispongo a escribir, doy vueltas por la habitación, observo desde mi ventana un par de caminantes con mascarillas improvisadas, contesto algunos pendientes, más no logro concentrarme. Me aferro a la esperanza de que algo surja, busco inspiración, pero termino inmerso en redes sociales y su bombardeo informativo. Vuelve a mi cabeza el fantasma del COVID-19, y con él los desaciertos de los medios de comunicación y la incertidumbre por lo que sucede en Chile y en el mundo. Pienso en los estudiantes, especialmente en aquellos que recién ingresan a la universidad. Han tenido que cambiar sus expectativas, desde el interactuar con sus compañeros, profesores, recorrer los pasillos de su Universidad, sus jardines, etc. La realidad ahora es otra, ya no hay interacciones directas, ni paseos por el campus, por el contrario, el estar en casa es lo esperado. Deben enfrentar una forma de hacer universidad totalmente distinta a la que probablemente esperaban, donde lo importante es; tener wifi, un computador o leer el último correo electrónico. En definitiva, adaptarse a algo que en nada se parece a lo que consideramos “normalidad”.
Lo anterior me agobia, lo percibo como una presión en los hombros y lo imagino como una mochila difícil de cargar. Por la naturaleza de mi trabajo y mi profesión como psicólogo, reconozco la sensación perfectamente, algunos le llaman nervios o exceso de preocupación, desde mi área del conocimiento es ansiedad y estrés. Estos últimos, corresponden a mecanismos presentes en nuestra configuración humana que, en su polo funcional nos permite sobrevivir a las amenazas de nuestro ambiente inmediato y en su polo disfuncional, cuando se convierten en trastornos de salud mental, pueden paralizarnos e impedir el desarrollo de nuestras actividades diarias.
Los estudiantes universitarios son un grupo de riesgo, conforme a un estudio reciente un 27% de ellos presenta sintomatología depresiva severa. ¿Serán nuestros estudiantes, bajo el contexto actual, más proclives a desarrollar un trastorno de la salud mental? La respuesta parece obvia, entonces, ¿Qué esperamos como sociedad para tomar medidas concretas y no reactivas? Es esto entonces un llamado a la acción.