A PROPÓSITO DEL PRÓXIMO FALLO DE LA HAYA
Dentro de una simple y natural lógica, el sentir general de la sociedad peruana es que a partir de un eventual fallo favorable del Tribunal Internacional de La Haya, la posibilidad de recuperar una parte del espacio geográfico marítimo que les perteneció de manera previa a la Guerra del Pacífico (1879 – 1883), se convertiría en una inevitable sensación de un triunfo reivindicatorio. En efecto, debe recordarse que tras el término del referido conflicto que tan profundo caló en ambas naciones en la segunda mitad del siglo XIX, la Provincia de Tarapacá quedó bajo control de Chile de manera “perpetua e incondicionalmente”. Esta frase textual esta expresada de modo literal en el artículo 2º del Tratado de Paz y Amistad (Tratado de Ancón) que ambas repúblicas suscribieron en octubre de 1883, poniendo fin formal al estado de guerra. Casi medio siglo después, en 1929 un nuevo tratado, hasta la fecha con pleno vigor, los dos países confirmaban lo sustantivo del anterior resolviendo definitivamente y al mismo tiempo, la cuestión pendiente de Tacna y Arica, en donde la primera ciudad quedaba bajo jurisdicción peruana y la segunda bajo la chilena.
En estas últimas semanas hemos sido testigos de algunas declaraciones dadas a conocer por entidades y personeros a través de los medios que lejos de llamar a un clima armónico y calmo frente a lo que será el dictamen, solo han estado aportando señales que han generado una innecesaria tensión en el compás de espera y en los ánimos respectivos, dando la sensación de la existencia de dos posiciones antagónicas absolutamente irreconciliables. Por su parte, los respectivos gobiernos a través de declaraciones oficiales, más otros actores protagonistas y organizaciones, han llamado a la sensatez y tranquilidad frente a lo que será el pronunciamiento del Tribunal.
La verdad es que los verdaderos adversarios de nuestros pueblos son la pobreza, la exclusión económica, las desigualdades políticas y sociales, la inaccesibilidad a la salud y vivienda dignas, la merma del derecho a la educación de los jóvenes, la imposibilidad de vivir en ambientes urbanos y rurales libres de contaminación, etc. Como se comprenderá, solo la real integración de nuestros países posibilitará derrotar a estos y otros problemas no solo levantando un frente estratégico común en línea con un mundo cada vez más globalizado, sino que construyendo una amplia y compartida solidaridad en el Pacífico Sur. Por el contrario, el ahondamiento de diferencias que debemos entender como superadas, solo fortalecerán las inequidades e injusticias tanto de peruanos como de chilenos. Ciertamente esto de ninguna manera significa renunciar al principio que cada nación defiende para ejercer su soberanía en aquellos espacios que el derecho y la historia les han asignado. Las actuales circunstancias que vivimos en torno al próximo veredicto de La Haya deben verse, por tanto, como una gran oportunidad para que junto con definir y consolidar de una vez y para siempre la frontera entre ambos estados, se asegure una convivencia y estabilidad permanente que allane la construcción de un mayor bienestar para nuestras naciones.
Más allá del dictamen que conoceremos oficialmente el próximo 27 del presente mes, lo que está claro es que Perú y Chile continuarán atados por su historia común y por una vecindad geográfica compartida, en donde los porfiados hechos nos indicarán hoy y siempre que como países estaremos permanentemente enlazados. En este sentido, independiente de la coyuntura del momento actual, lo más probable es que en el mediano y largo plazo los vínculos existentes continuarán fortaleciéndose y consolidándose a partir de fenómenos y situaciones concretas. Así, los flujos inmigratorios peruanos continuarán arribando, las inversiones chilenas seguirán expandiéndose al mercado vecino, los nexos académicos y culturales continuarán incrementándose y los vínculos binacionales de amistad entre miles de personas proseguirán creciendo y vigorizándose. Es la hora en donde la serenidad, la altura de miras y la racionalidad deben imperar en vista al inevitable destino a compartir.
Ricardo Molina V.
Instituto de Historia y Ciencias Sociales
Universidad Austral de Chile