Comer es una necesidad básica y aunque decirlo sea una obviedad, la verdad es que asegurar una alimentación saludable cada vez se complejiza más y nos desafía. Lo que comimos en el pasado no será lo que comeremos en el futuro. Décadas atrás, en Chile el hambre era un problema enorme: en los años 70, más de un tercio de los niños tenía algún grado de desnutrición. Una dolorosa realidad que pudo superarse gracias al progreso del país y al aporte de personas como el Dr. Fernando Monckeberg, médico y fundador la Corporación para la Nutrición Infantil (CONIN), quien logró erradicar la desnutrición infantil en menos de treinta años.
Hoy, los esfuerzos están concentrados en el sobrepeso y la obesidad: Chile es el país de la OCDE con más casos, alcanzando al 74% de la población adulta y al 52% de los niños. Adicionalmente, en Latinoamérica coexisten niveles de desnutrición y obesidad preocupantes, el envejecimiento cada vez más acelerado de la población y una mayor prevalencia de enfermedades crónicas. A eso se suma que la agricultura es una de las áreas más vulnerables frente a un fenómeno irreversible como el cambio climático, y que los problemas de cadenas de suministro derivados de crisis de distinta naturaleza en todo el mundo como las guerras, comprometen la producción de alimentos saludables y llevan a ciertos sectores de la población a un estado de inseguridad alimentaria. La población recurre a soluciones más accesibles y con mayor valor energético como la comida chatarra, lo que en interacción con otros factores, contribuye aún más a la prevalencia de la obesidad.
Frente a esta realidad el desafío es desarrollar nuevas fuentes de alimentos, que permitan satisfacer las necesidades específicas de la sociedad, y de esta manera lograr una alimentación segura, sostenible y ecológica. Así, ya se habla de usar materias primas poco comunes como insectos, o aprovechar más fuentes abundantes de biomasa subutilizada, como las algas marinas. Yendo aún más lejos, ya existen estudios que exploran la posibilidad de producir alimentos fuera de nuestro planeta, como es el caso de una reciente investigación publicada en la revista Communications Biology, que analizó la posibilidad de cultivar vegetales en suelo lunar, obteniendo resultados prometedores. Otra investigación de microbiología espacial publicada en la revista Applied and Environmental Microbiology, identificó la cepa de cianobacteria Anabaena sp. PCC 7938 como potencialmente adecuada para un sistema de soporte vital en Marte, ya que sería capaz de alimentarse de los recursos disponibles en dicho planeta y generar la materia prima necesaria para el cultivo de vegetales comestibles.
Aunque quede por delante un larguísimo trecho, la historia de la obtención de alimentos bajo condiciones extremas ya comenzó. El futuro del desarrollo de nuevos alimentos es tan desafiante y fascinante como lo fue en el pasado, solo que las exigencias cambiaron, y seguirán cambiando. La investigación científica de frontera es fundamental para avanzar en esta área, y la generación de innovaciones a partir del conocimiento obtenido será la base del desarrollo de la sociedad en todas sus dimensiones, porque, para poder progresar, el primer requisito a cumplir seguirá siendo el mismo: contar con alimentos adecuados para comer.
Artículo Publicado en La Tercera