La tragedia de Villa Santa Lucía no ha dejado a nadie indiferente. Y es que la naturaleza se encarga de recordarnos nuevamente de que vivimos en un país en permanente condición de riesgo. Porque en Chile se conjuga lo que queramos: erupciones volcánicas potentes, sequías, incendios enormes, inundaciones, el terremoto más grande de la historia, tsunamis y por si fuera poco, aluviones que de norte a sur empiezan a asomarse con cada vez más frecuencia, como tal vez un anticipo a un siglo de profundas transformaciones de todo tipo a esto del cambio climático.
Lo ocurrido el fin de semana pasado en esa bella localidad de la Ruta Austral obedece a un fenómeno ciertamente no poco habitual que conjuga fuertes pendientes, deforestación, lluvias intensas e inestabilidad geotécnica de las laderas….¿algo predecible?
Ciertamente el conocer la geomorfología, hidrología y las principales variables que gatillan estos procesos ayuda muchísimo a evitar pérdidas como esta. Contar con mapas de amenaza nos permite conocer lo que nos puede causar dolor.
Pero además es necesario conocer que tan susceptibles somos ante esa amenaza, lo que llamamos vulnerabilidad, ingredientes esenciales que nos permiten conocer el riesgo de un sector.
En un país con particulares condiciones de amenaza, el manejo del riesgo debe ser una política de estado, inserto a todo nivel en los planes escolares, que es realmente donde forjamos una sociedad resiliente.
Estos fenómenos se harán cada vez más frecuentes a consecuencia del cambio climático. La pregunta es dónde ocurrirá la próxima vez, y qué haremos para anticiparnos.
El Marco de Sendai establece que se debe primar por una oportuna gestión del riesgo de desastres, más que en la gestión del desastre en sí mismo. No puedo estar más de acuerdo. Y es que en materia de gestión del riesgo aún nos falta mucho…..el 27F nos hizo despertar. Es de esperar que no nos volvamos a dormir.
Ver columna en Diario Austral de Valdivia.