No escribo aquí ni como Rector (s) ni como Prorrector, sino sencillamente como una persona más que tuvo la suerte y el privilegio de conocer y departir durante muchos años experiencias e ideas con nuestro amigo Gonzalo que acaba de partir.
Ayer por la tarde, familiares, compañeros y colegas, despedimos en la Parroquia Santa Inés el cuerpo mortal de un hombre que vivió intensamente su condición humana como padre, hijo, esposo y hermano.
Gonzalo vivió también con serena pasión su vocación universitaria; lo vimos y lo escuchamos, especialmente durante los últimos meses como Decano de la Facultad de Ciencias Forestales y Recursos Naturales, argumentar y discutir, respetuosamente siempre, sus creencias y propuestas acerca de la Universidad y de su propia Facultad. No sé si siempre tuvo razón, pero sí puedo dar fe que cuando planteaba sus puntos de vista lo hacía con entereza y lealtad a sus ideas y principios, a sus compañeros de trabajo e incluso cuando pocos o muchos rebatían sus creencias y concepciones universitarias. Pero no es éste el tema al cual me referiré, si bien es cierto que su vida y su obra perdurará por largo tiempo en el recuerdo y en nuestros corazones. Y, sin embargo, eso tan sólo no basta. El cuerpo presente y yacente de nuestro amigo ahí ayer en la Parroquia era y es motivo de meditación y nos trae a la mente también los dos misterios más recónditos de toda la creación: la vida y la muerte. Desentrañar y comprender por qué vivimos y por qué morimos es una empresa imposible para la inteligencia humana. La muerte no es un problema porque no admite una respuesta racional; tampoco es un enigma, porque como quiera que dispongamos y reordenemos los fragmentos de la existencia, jamás encontraremos el auténtico sentido con el sólo auxilio de la razón. Este fenómeno no es, en mi opinión, ni enigma ni problema; es, en verdad, un misterio. El misterio es lo que queda allende el límite que establece la razón. Paradojalmente el misterio se puede enunciar con categorías racionales, pero no es posible para las débiles fuerzas humanas aprehender y entender su último y esencial fundamento en cuanto ”principium reddendae rationis”, esto es, como principio que indaga por la razón de ser de las cosas, sucesos y acciones.
Ante el misterio de la muerte hay, pues, sólo dos caminos totalmente divergentes: rechazarlo por incomprensible e irracional y afirmar, en consecuencia, sencillamente, que la vida humana termina del todo en el mudo silencio de la nada o, hacerse fuerte en la fe, creencia ciega, confianza en lo que se espera y certeza de lo que no se ve, y postular sin ninguna buena razón que la vida continúa. Y si es así, entonces hay que negar conscientemente la razón para dar paso a la fe y, con ello, entonces y sólo entonces, la muerte se transforma en la puerta hacia nueva luz y nueva vida, plena y eterna.
Y yo creo que ése es precisamente el mensaje simbólico que nos ha transmitido Gonzalo. Naturalmente que ante esta disyuntiva, cada cual, tarde o temprano, quiéralo o no, ha de tomar su propio camino. Gonzalo tomó el suyo y no creo que lo haya hecho por la debilidad de los últimos días. Si no ¿qué sentido tendría que él haya dispuesto, junto a sus familiares, que lo acompañemos en su último paso por la tierra en esta ceremonia religiosa de despedida? Seguramente él quiso creer, y creyó, en una vida espiritual más allá de la vida orgánica, cosa que quizás otros aunque lo anhelen –como le ocurrió a Borges- no lo pueden sinceramente conseguir, lo que no hace a nadie mejor ni peor, sino sólo diferente. Nuestro amigo creyó y nosotros esperamos que su creencia sea verdadera; de ello da testimonio nuestra presencia ayer en la Parroquia. Gonzalo vive y vivirá doblemente: en nuestros corazones por mucho tiempo, y por siempre en un mundo trascendente, perfecto y mejor.
Paz y bien, amigo y colega Gonzalo, el alma viviente de tu Universidad te acompaña en este viaje a la eternidad.