Para quienes experimentamos el pasaje del siglo XX al siglo XXI, hemos vivido en la impresión de una solución de continuidad entre el siglo XX y la actualidad con la consolidación en el mundo de las democracias liberales después de la caída de Berlín. Y durante mucho tiempo -quizás demasiado- también hemos vivido con la sensación de que el siglo XXI continuaría siendo una extensión del siglo XX. Hoy, frente a la epidemia de corona virus, esta convicción ha estallado en mil pedazos. De alguna manera en nuestros corazones ya lo sabemos: esta peste constituye un acontecimiento anunciador. El mundo no volverá a ser ni podrá volver a ser lo que era hasta ahora.
Irónicamente fue también cerca de los años 20’, concretamente en 1914, que el siglo XIX dio paso al siglo XX a través de la Primera Guerra mundial. No es una sorpresa: los grandes cambios de la humanidad siempre han estado marcados por guerras, como lo recuerda el historiador Graham Allison haciendo suya la maldición de Tucídides: los cambios de hegemonía en el mundo son de forma violenta. Y es por este motivo es que Marx escribe en El Capital : “La violencia es la partera de toda sociedad vieja preñada de una nueva.” Tan sólo que en tiempos como los nuestros, tiempos de biopolítica, el horizonte de la guerra ya no se mide por el enfrentamiento regular de dos ejércitos, sino por un acontecimiento que tenga la magnitud de una guerra en su impacto sobre la vida: es precisamente eso lo que estamos viviendo vertiginosamente. Todas las señales están ahí: las perdidas de vidas humanas comparables a una guerra, la enorme movilización de todos los recurso materiales, científicos, humanos e intelectuales posibles por parte de los Estados para enfrentarla, la recesión económica comparable a la de la Segunda Guerra Mundial, la declaración de estados de excepción constitucional, la alteración radical de nuestras formas de vida. En su lugar sólo ha quedado un gran vacío: el horizonte abierto ante la angustiosa pregunta por lo que será.
Desde luego no podemos anticipar el desenlace de los acontecimientos, pero ya en la semilla del presente comienza a crecer el árbol del futuro cuyos rasgos podemos anticipar.
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Instituto de Derecho Público – UACh