Estamos viviendo una emergencia sanitaria que nos ha forzado, entre otras cosas, a tomar medidas de distanciamiento físico y, en consecuencia, a incrementar exponencialmente nuestro uso de las tecnologías de la información y la comunicación para mantenernos en contacto con los y las demás. Lamentablemente, esta hiperconexión a internet y redes sociales, acompañada de un mal uso de las mismas, ha aumentado el riesgo de que se produzcan situaciones conflictivas, tales como el ciberacoso, entendido este como el hostigamiento intencional, sistemático y recurrente contra una o más personas, por parte de algún o alguna de sus pares, a través de medios tecnológicos, mediante ataques personales y/o divulgación o invención de información privada o confidencial, entre otros.
La expansión de las situaciones de acoso presencial a un contexto virtual no es algo de este último tiempo. Desde la masificación del Internet y uso de redes sociales, las interacciones virtuales –positivas y negativas– se han convertido en una parte importante de la vida social de las personas, sobre todo de las generaciones más jóvenes. No obstante, las relaciones virtuales incorporan elementos que convierten al ciberacoso en una situación con características particulares que lo hacen más grave, tales como la falta de restricciones sociales, el anonimato, la permisividad, la impunidad, la masividad, la instantaneidad, y la conectividad permanente. Además, el ciberacoso incorpora y necesita de una figura fundamental para su ocurrencia: los y las espectadoras, quienes ya sea por acción u omisión, legitiman la situación que ocurre.
En consecuencia, una víctima de ciberacoso puede padecer una sensación de indefensión, desprotección y desesperanza generalizada, impactando profundamente en su bienestar biopsicosocial, experimentando altos grados de sufrimiento, ansiedad y angustia que pueden acarrear consecuencias imprevisibles. Además, no solo la víctima ve menguada su salud, sino que este fenómeno resulta también perjudicial para los y las espectadoras y agresoras.
Así entendido, el ciberacoso es un fenómeno que debemos enfrentar de forma integral y en comunidad. Es necesario, que todos y todas aprendamos a prevenirlo, identificarlo y, sobre todo, denunciarlo. Por una parte, resulta importante educar en el uso seguro y adecuado de las tecnologías. Por otra parte, es esencial educar emocionalmente a los y las jóvenes, desarrollando su empatía y asertividad para que actúen de manera responsable tanto individual como socialmente. Como comunidad, debemos promover un contexto en el cual no se acepte de manera silenciosa ni se alienten o legitimen este tipo de situaciones. Debemos rechazar de manera categórica este tipo de prácticas abusivas.