La humanidad se enfrenta hoy a uno de los desafíos más grandes, el Cambio Global. A diferencia de otros episodios complejos de nuestra existencia, hoy tenemos la capacidad de revertir o mejorar esta situación y debemos hacerlo basándonos en conocimiento riguroso porque, de una u otra forma, nos estamos jugando la vida.
Paradójicamente, el mismo año que comenzaría a funcionar el Ministerio de Ciencias, Tecnología, Conocimiento e Innovación, el que es considerado como el inicio de un apoyo irrestricto a la generación de conocimiento, el gobierno anunció para el 2019 un recorte de 4,6% en relación al 2018 para ciencia, tecnología e innovación.
Quizá no debería sorprendernos. Chile es el país que menos invierte en investigación y desarrollo entre los 35 países de la OCDE (0,38% del PIB), hoy tenemos 1 científico por cada mil trabajadores, mientras que el promedio de la OCDE es de 8. Me pegunto entonces ¿Hasta cuándo seguiremos siendo los últimos del ranking? ¿Cómo llegaremos al desarrollo, si no invertimos en conocimiento? ¿Por qué la ciencia no posee importancia para invertir en ella? Una explicación es que estamos demasiado cómodos explotando (literalmente) lo que la naturaleza nos ha proveído después de miles de años de evolución, pero esos recursos se acaban porque no hemos sabido usarlos sustentablemente. Para resolver esto, necesitamos ciencia.
Por otro lado, las alianzas entre ciencia e industrias son muy escasas en Chile dejando el rol del financiamiento de la ciencia exclusivamente al Estado. Esto es aún más claro en el ámbito de las ciencias ecológicas, porque se nos ha dicho que la producción y la conservación de la biodiversidad son incompatibles. Con mi grupo de investigación emprendimos hace 10 años un proyecto que busca entender cómo los ecosistemas naturales proveen beneficios a la industria vitivinícola chilena en la zona mediterránea de Chile. ¿Por qué? Porque es la región más degradada del país, la que aún posee la mayor biodiversidad y es donde se desarrolla la mayor actividad agrícola que a su vez depende de esa biodiversidad. Nuestra investigación, financiada por el Estado vía CONICYT y MILENIO, nos ha permitido mostrar que conservar los remanentes de bosque y matorral nativo permite mejorar la regulación hídrica de sus predios, que árboles nativos dentro del viñedo albergan aves que comen insectos dañinos para su cultivo y que sus trabajadores se sienten más felices inspirados por la belleza del paisaje y porque les fortalece esa identidad cultural propia de su tierra. Esto nos ha permitido desarrollar una alianza en donde la misma industria se involucra en la conservación del ecosistema
Como científica puedo hablar de nuestro trabajo, con el que logramos conocer cómo funciona un ecosistema muy valioso para Chile, de que tenemos pruebas que la colaboración basada en ciencia da frutos maravillosos y de que en el futuro que se nos acerca, vamos a necesitar más ciencia. Si logramos invertir en más conocimiento, en otros diez años estaremos orgullosos del camino que comenzamos y hoy mismo, ningún otro día, es mejor para comenzar a avanzar.
Ver aquí columna de opinión publicada en el Diario Austral de Valdivia