El consumo de drogas es un fenómeno que interpela a la sociedad chilena desde la salud pública, la economía, el medio ambiente y la convivencia social. Además, se trata de un problema que nos obliga a reflexionar sobre el tipo de país que queremos y los valores que lo sustentan.
Los datos son preocupantes: tan solo con explorar las encuestas de jóvenes escolares, y compararlas con el año 2011, hay saltos de hasta un 58% en el consumo de sustancias como la marihuana. Desde ese punto de vista, los márgenes positivos de un año a otro no bastan, puesto que, si ampliamos la mirada desde un rango más extendido de tiempo, los números positivos realmente no hacen nada más que embellecer una realidad que no es alentadora.
¿Qué hacer frente a esta realidad? ¿Qué rol le cabe al Estado, a la academia, a la sociedad civil y a las propias familias? Estas son algunas de las preguntas que parecen ecos moribundos en la periferia de un llamado a ser ciudadanos responsables y comprometidos con el bien común, y que alimentan el impulso de respuestas sofisticadas pero vagas desde la institucionalidad. Sofisticadas, porque vienen cargadas de una retórica prometedora, técnica y resolutiva. Y vagas, porque pese al aparataje de conceptos vestidos de una semántica tecnicista, los significados no ofrecen novedad alguna. Por ejemplo, dentro de los cuatro componentes de la Estrategia Nacional de Drogas 2021-2023 de SENDA, en la línea de prevención se vuelve a anunciar el Programa Elige vivir sin drogas, un heredero metodológico del modelo islandés Planet Youth que busca implementar acciones preventivas posterior al levantamiento de necesidades locales, para que sean adaptadas a las diversas realidades de manera pertinente. ¿Pero acaso tal era nuestra ignorancia metodológica como para mirar a un lejano país y descubrir la importante novedad de que un diagnóstico antecede a la intervención?
Siguiendo con las propuestas 2021-2023, se anuncia el Sistema de Alerta Temprana de drogas, herramienta de detección y monitoreo oportuno para orientar diversas acciones. Sin embargo, pese a su sonoridad fulminante de operatividad, basta con una leve investigación para descubrir que su atractiva novedad proviene de la antigua Mesa Nacional de Nuevas Sustancias Psicoactivas, que cumplía a grandes rasgos la misma función.
Mis palabras no buscan en ningún caso entenderse como un llamado al pesimismo absoluto, sino más bien como una humilde crítica a la manera en que enfrentamos un problema que viene sumando amplitud con los años. Esa crítica comprende muchas variantes, pero parte desde una queja personal y simple: basta de ver belleza en aquellas palabras que no vienen diciendo más que lo mismo.