* Revise publicación en El Diario Austral Región de Los Ríos.
Al igual que la luz de las velas que alumbraban a niños y jóvenes durante sus horas de estudio en la Isla Mancera hace más de dos décadas, la música se ha vuelto un foco que nos sigue guiando. Cuando iniciamos el Campamento Musical tuvimos el secreto anhelo de que en algún momento se volvería un referente nacional.
Todo comenzó con la idea de generar un ambiente de apego a la música lo más aislado posible de diversas atracciones del mundo moderno. Fue volver a lo básico, a lo elemental, y nos sirvió para generar una gran comunidad con integrantes movidos por la música, en un momento histórico en el que Chile comenzaba a impregnarse de los primeros compases del movimiento de orquestas infantiles y juveniles irradiado desde Venezuela.
Este grupo suma ya varias generaciones: quienes antes fueron alumnos, ahora son profesores y llevan consigo el espíritu de unión que genera el campamento, donde cada uno cuenta como elemento primordial de una gran orquesta que cada verano suena fuerte desde Valdivia y su costa, para el resto del mundo.
Para nosotros, la música es integración y motor de cambio. En ella encontramos la justificación perfecta para hacer lo que hacemos y para nunca decaer en el ánimo de sacar adelante este proyecto pese a las adversidades financieras o de infraestructura.
Es que nos debemos a un propósito mayor que es generar oportunidades y guiar a quienes construyen sus futuro a través de los acordes. Por ello nos enorgullece haber ayudado a construir puentes para el desarrollo artístico y personal con quienes están privados de libertad y con aquellos que han venido para compartir sus modelos de enseñanza y aprendizaje desde el extranjero.
No apostamos a la excelencia, sino más bien a una educación de calidad y ese es el sello que nos vuelve a distinguir al reunirnos nuevamente para celebrar a la música.