Integrantes de Clubes Científicos de las provincias de Palena, Chiloé, Osorno y Llanquihue cuentan sus experiencias vividas con el desarrollo de proyectos de investigación en sus territorios, los cuales buscan entender desde las razones que tiene el pudú para esconderse entre las ovejas, hasta cómo la deforestación afecta a la apicultura en la zona.
Camila Núñez viaja todos los días en bus desde Hueque Sur hacia Huerque Norte para no faltar a clases. Ahí se reúne con sus nueve compañeros y compañeras que conforman la Escuela Rural Hueque Norte, un privilegiado lugar de la comuna de Chaitén situado en la península de Comau frente al río Huequi, que desemboca en el mar interior de Chiloé. A este lugar sólo se puede acceder por aire o por mar desde la capital regional, Puerto Montt.
A su corta edad, está decidida a seguir la senda científica y por ello participa con mucho entusiasmo en el Club Científico Escolar “Pudú aquí…yo te cuido”, integrado por los estudiantes del establecimiento. Junto a sus amigas y amigos de la escuela multigrado de 1º a 6º básico, sale a avistar pudúes en zonas pobladas, para lograr explicar un fenómeno particular: “Se ha visto esta especie muchas veces en la localidad y ahora es común encontrarlo en el río, las casas e incluso entre medio de las ovejas”, relata la pequeña investigadora.
La aventura comienza cuando Camila junto a su Club identifican puntos estratégicos e instalan cámaras en los lugares más concurridos por el animal para poder capturar su aparición. Además, recorren su localidad encuestando a vecinos y vecinas sobre la cantidad de avistamientos, frecuencia y sectores donde ha sido divisado. “Creemos que este fenómeno sucede principalmente por el cambio climático, ya que probablemente al pudú le está faltando alimento en la cordillera y sectores más alejados”, complementa Cecilia Montecinos, docente de ciencias y guía del proyecto de investigación.
A más de 700 kilómetros de distancia se encuentra Vicente Cárdenas, de 13 años, que junto a tres estudiantes de 5º y 6º básico del Colegio Proyección Siglo XXI de Osorno están desarrollando una interesante propuesta de indagación que “combate el calentamiento global a través de un filtro vivo, que es una especie de muralla verde que disminuye los gases efectos invernaderos, gracias al crecimiento de las plantas ‘Mala Madre’. En mi casa tengo unas macetas para ver su funcionalidad y hacer registros todos los días”, según describe el propio Vicente.
En la tierra mágica de Chiloé también hay pequeñas grandes científicas, como Catalina Oyarzo, que cursa 7º básico y pertenece al Club del Colegio El Pilar de Ancud. “Lo que más me gusta de la ciencia es poder andar en terreno. Por eso, a principio de este año junto a mi docente y compañeros decidimos averiguar si la deforestación está afectando a las abejas y a la actividad apícola de personas que trabajan a partir de este recurso”, indica la estudiante.
Dayana Ascencio, de 6º básico del Club científico “Quetrupe Pata” del Colegio Mirador del Lago de Puerto Varas, dos veces a la semana toma sus botas para ingresar al estero La Quebrada, ubicada a unos metros del establecimiento. “A raíz de la contaminación del lago Llanquihue, decidimos trabajar en una investigación que busca determinar la calidad del agua de este lugar que se encuentra dentro de un proyecto de parque urbano. Esto es muy importante porque en un futuro puede ser un área visitada por familias, niñas y niños”, explica Dayana.
Soñar en grande
Cada noche, Vicente contempla las estrellas y se pregunta si alguna vez podrá alcanzarlas. El pequeño científico que estudia las plantas “Mala Madre” tiene promedio 7,0 en ciencias y sueña con ser astrónomo. “Quiero estudiar el universo en Chile y hacer un postgrado en España, porque siento que la astronomía entrega un mundo de posibilidades. A mí siempre me ha gustado inventar y encontrar soluciones a los problemas. Soy curioso y explorador, y me gusta hacer y actuar”, expresa el estudiante.
Para Camila, la ciencia se ha convertido en una herramienta para entender la biodiversidad en la que se encuentra inmersa en la Provincia de Palena. “Puedo comprender la naturaleza, los ejercicios matemáticos, explicar muchas cosas que no sé. Por ejemplo, que las hembras pudúes tienen solo una cría al año. Me gustan muchos los animales y por eso quiero estudiar veterinaria y trabajar cerca de mi hogar”, manifiesta la escolar, que proviene de una familia de la zona que se dedica a la apicultura y carpintería.
En Puerto Varas, la joven Dayana desde hace un par de años participa en proyectos relacionados con la protección del medioambiente. “Me gustaría ser científica, o si no una profesora que enseñe a reciclar a los niños. Me encanta investigar y llegar al origen de las cosas. Por ejemplo, sabemos que los árboles pueden dar leña, pero yo quiero saber qué son los árboles y cómo su destrucción afecta al planeta”, fundamenta le investigadora.
La experiencia de los docentes
“La ciencia nos da la posibilidad de hacer una labor social frente a la vulnerabilidad. Para los niños y niñas es una experiencia de vida el hecho de viajar en avión o de ser atendidos en otros lugares porque la gran mayoría han estado en su misma isla, pueblo o campo, en el cual no tienen interacción con otros y otras, y a través de la ciencia se comienzan a abrir puertas y un mundo de posibilidades”, comenta Eduardo Olivares, docente del Liceo Paulo Freire de Quellón, respecto a cómo los proyectos de investigación escolar pueden llevar a los estudiantes a participar de congresos regionales y nacionales de ciencia, ampliando sus experiencias y perspectivas. Olivares actualmente dirige la investigación de estudiantes de 1º y 2 º medio sobre la fertilización a través de la descomposición de macro algas en el archipiélago de Chiloé.
El docente manifiesta que la importancia de desarrollar ciencia en el aula radica en que “se despierta en niñas y niños la creatividad y el asombro por las cosas pequeñas. Es decir, sienten la motivación de descubrir y de conocer cosas nuevas. Además, si uno comienza desde la primera infancia a aplicar el método científico, se dan cuenta que para todo hay una solución y que lo pueden ocupar en su vida diaria”.
El profesor ha dirigido a estudiantes que han participado en dos congresos nacionales escolares de ciencia y tecnología, también en la Feria Antártica Nacional, y hace poco tuvo la posibilidad de viajar con una delegación al Junior del Agua en Suecia, un concurso organizado por Stockholm Junior Water Prize (SIWI) que promueve la participación de jóvenes científicos en la investigación del recurso hídrico y busca generar propuestas para contribuir al desarrollo sustentable del agua.
Olvares siempre destaca y recuerda a quienes tuvo la oportunidad de guiar hacia la senda científica. “A lo mejor no tuve la oportunidad de hacer docencia en la universidad, pero para mí es una gran satisfacción el ver los logros de los jóvenes que estuvieron en los clubes de ciencias. Por ejemplo, me acuerdo de un niño de una isla que ahora está trabajando en el Laboratorio de Bioquímica de la Universidad de Chile u otro joven que estudió Licenciatura en Biología en la Universidad Católica, y así muchos más que están desarrollando proyectos de investigación”, señala el docente.
Cecilia Montecinos, que dirige el Club de Ciencias en la Escuela Rural de Hueque Norte, describe que, aunque el sector es aislado y muchos de los niños deben caminar unos 3 kilómetros en invierno y verano para llegar al colegio, el entusiasmo persiste. “Ellos son estudiantes que jamás faltan a la escuela y son súper motivados, especialmente con la ciencia, porque comenzaron a entender fenómenos de la naturaleza como, por ejemplo, la subida y bajada de mareas, el buen uso de los recursos naturales, etc. Han comprendido que el entorno mismo les entrega infinitas posibilidades de aprender la física, química y la biología”.
La docente recalca que, en la zona, la ciencia se ha convertido en un motor de cambio. “Hemos vivido experiencias muy lindas con nuestros niños. Por ejemplo, una estudiante le dio la idea a su papá pescador de cómo mejorar su lancha. Otra niña le explicó a su papá cómo extraer recursos sin invadir el entorno. La ciencia no sólo ha estado al servicio de la protección del medioambiente, sino que también ayuda a sus familias a mejorar sus condiciones de vida”, dice Montecinos.
Elizabeth Gallardo dirige el Club Científico “Mirada Nativa” integrado por escolares de segundo ciclo básico de la Escuela Hospitalaria de Puerto Montt, que están desarrollando un proyecto de investigación sobre las propiedades medicinales de los árboles nativos y endémicos de la región. “Esta iniciativa trasciende varias asignaturas y queremos crear una revista con esta información para difundir entre los usuarios del hospital y otros colegios hospitalarios, como una forma de dar a conocer nuestra flora y fauna y que a la vez cuente de nuestra cultura”, apuntó Gallardo.
La profesora destacó que los niños, niñas y jóvenes a quienes educa “han interrumpido muchas veces su etapa escolar por problemas de salud o han sido víctimas de la no inclusión que se vive en nuestra sociedad, y la ciencia les ha ayuda a reencantarse con el aprendizaje y recuperar su autoestima durante el proceso de recuperación de la salud”.
Seguir el camino científico no solo implica ampliar los conocimientos, sino que también tiene un impacto en el desarrollo y bienestar de estudiantes, sus familias y comunidades. Los clubes de ciencia impulsados por el programa Explora de CONICYT permiten a sus participantes comprender el entorno en el que se encuentran inmersos, los fenómenos que acontecen en él, e identificar las problemáticas en sus territorios para posteriormente solucionarlas. Independientemente de la condición y contexto, la ciencia ha mostrado ser un motor que puede mover montañas si cae en las manos de niñas, niños y jóvenes perseverantes, apasionados y soñadores que tienen la esperanza de un mundo mejor.