“Para los niños trabajamos porque ellos son los que saben querer, porque ellos son la esperanza del mundo. […] La enseñanza, ¿Quién no lo sabe?, es ante todo, una obra de infinito amor” (Martí, 1961, p.5). Tal como lo sostiene el héroe y maestro cubano, la educación es la herramienta de transformación social que permite la creación de hombres fuertes y pueblos libres. Claramente, moldeado por la dictadura militar, nuestro sistema educativo aún no ha entendido ni ejercido este principio pedagógico básico de toda sociedad justa e inclusiva. Las niñas y los niños de Chile no han tenido el privilegio de gozar de una escuela que priorice sus necesidades, sus intereses, sus preferencias sensoriales, su conocimiento previo, sus sueños, sus fortalezas y su bienestar real, es decir, sus derechos fundamentales. Es un hecho que nuestras niñas y niños no han crecido sanamente. ¿Cómo entender que al abuelo lo torturaron durante una sangrienta dictadura militar, que a la madre la exiliaron cuando apenas tenía 4 años y que al tío lo desaparecieron?, ¿cómo aceptar que hay un compañerito en la escuela que vive en la pobreza extrema y no se alimenta bien, que hay una amiguita del barrio que se encuentra enferma pero que no tiene los recursos para tratarse con los fármacos más efectivos?, ¿cómo entender que hay otras niñas y otros niños en Chile que tienen derecho a mejores recursos para estudiar, únicamente porque sus familias pertenecen a un estrato socio-económico más alto?, ¿cómo aceptar que los carabineros a quienes honran en la escuela hoy sean los que agreden a su pueblo?, ¿cómo comprender que hay personas que han fallecido en esta lucha por la paz, que hoy hay 150 personas que han perdido parte de la visión, que hay 3.535 detenidos, 1.132 heridos, 43 niños maltratados y 2 fallecidos, que se han torturado compatriotas y que se han violentado sexualmente a mujeres que podrían ser sus madres o sus maestras (Observador de Derechos Humanos, comunicación personal, 2019)?, ¿cómo darle a conocer a una niña o a un niño que existe el maltrato animal, que los árboles, las tierras y las montañas son propiedad de los empresarios cuando le hemos inculcado desde pequeños que la tierra no nos pertenece y que somos nosotros quienes pertenecemos a ella?, ¿cómo mirarlos a los ojos y contarles que el agua está desapareciendo y que su planeta se está extinguiendo cuando cada día ellas y ellos mismos le expresan su amor y respeto a la naturaleza?, ¿cómo describir la represión que se ha ejercido sobre nuestro pueblo mapuche cuando ellas y ellos lo respetan y admiran con el alma?, ¿cómo informales que las asignaturas que más les agradan y benefician en su desarrollo integral serán suprimidas?, ¿cómo encontrar las palabras exactas para que nuestras hijas y nuestros hijos tomen consciencia de que los gobiernos de turno desde hace 30 años los han expuesto a tanta violencia?
En lugar de convertirse en los componentes humanos más importantes y valiosos de todo proceso de enseñanza-aprendizaje, los infantes han pasado a ser víctimas de un verdadero apartheid educativo, caracterizado por una aberrante desigualdad y segregación de índole social, cultural y académica, y de un sistema económico que los ha preparado para la competencia y la injusticia social, y no así para la paz, dejando en el olvido que la falta de afecto, el maltrato, el alcohol y las drogas alteran el lóbulo frontal del cerebro que está a cargo del control de impulsos, de la toma de decisiones y de las motivaciones, entre otras funciones (Kwon,2015). La ciencia lo ha establecido: los traumas que ocurren en la infancia impactan dramáticamente el desarrollo del cerebro, el sistema inmune y hormonal e incluso la lectura y transcripción del DNA (Birke, 2015). También se ha afirmado que el aprendizaje no puede ocurrir sin emoción (Mora, comunicación personal, 2019); no obstante, cabe resaltar que, en Chile, los resultados científicos no han sido una prioridad para nuestras autoridades.
A modo de ejemplo, es posible evidenciar que 1 de 4 infantes en Chile vive en la pobreza, que más del 70% de las niñas y los niños chilenos afirman que han vivido violencia en sus hogares y que el 49,4% de estos infantes fracasa en la escuela, lo cual indica que existe una relación directa entre violencia intrafamiliar y rendimiento escolar. En este mismo contexto, según Trucco e Inostroza (2017, p.3), “Chile es el país más afectado en términos de rendimiento escolar debido a los altos niveles de violencia en los establecimientos educacionales”. A su vez, cabe mencionar que el 50 % de las niñas y los niños chilenos se ha sentido discriminado en su colegio. De este mismo modo, un reciente estudio internacional ha demostrado que el 55% de los infantes en Chile tiene su salud mental afectada, destacándose así que las niñas y los niños chilenos menores de seis años son los que muestran un mayor deterioro en este ámbito. Entre el 12 y el 16 % de estas niñas y de estos niños sufre de ansiedad y depresión, el trastorno por déficit atencional ha aumentado en un 43%, y las tasas de suicidio han incrementado en un 200% en niñas y niños entre 10 y 14 años. Resulta preciso también señalar que entre enero y marzo del 2019, 15 infantes y 17 adultos a cargo del SENAME no lograron sobrevivir a las crudas condiciones de vida a las que fueron expuestos a lo largo de sus vidas. Estos innumerables atentados a la dignidad humana han ubicado a Chile como uno de los países que más vulnera los derechos de su infancia (UNICEF, 2019; CASEN, 2017; Lecannelier, 2019 & Yilorm & Martínez, 2019).
En el contexto actual que nos convoca, es menester recordar que “[e]l hombre existe de forma independiente, libre, pero en comunión con los demás hombres” (Fariñas, 2009, p.36). De este modo, la autora nos indica que a lo largo de su existencia, el sujeto pertenece a diversos colectivos, con cuyos miembros comparte las mismas vivencias y ciertas características de la personalidad, que, a su vez, los hacen únicos como grupo. Si el ser humano no se forma en un ambiente social con condiciones de vida apropiadas, no es factible desarrollar su psiquis humana. No cabe duda que el sujeto es producto de sus relaciones sociales que se desarrollan mediante la cultura y es, por ende, un ser eminentemente social. Esta condición evidencia la necesidad de vivir y convivir, de reconocer, aceptar y liberar las emociones, de cultivar los valores y desarrollar las habilidades socio-afectivas y comunicativas del ser humano, las cuales incluyen la resolución pacífica de conflictos, la toma adecuada de decisiones, el desarrollo de las relaciones afectivas y de la empatía, la comunicación efectiva de ideas y de sentimientos, y el tratamiento de estados mentales pacíficos y optimistas, entre otros (Halcartegaray, Mena & Romagnoli, 2008).
Una pedagogía local con altas dosis de afecto, contención, reconocimiento, auto-estima, juego, multisensorialidad, artes y regalos lectores permitirá, sin lugar a dudas, que nuestros estudiantes reconstruyan su identidad individual y colectiva a partir de sus propias vivencias y hasta lograr el desarrollo de una personalidad que esté al servicio de una sociedad bondadosa y solidaria. Es evidente que la naturaleza humana implica sentir el amor a la humanidad viviente, del cual nos habla tan generosamente Ernesto Guevara en su Pensamiento Pedagógico (1977). Esa humanidad viviente constituye la mujer, el hombre, el infante, el adolescente, el anciano, los animales y los elementos naturales con los que interactuamos dialécticamente y compartimos nuestro vivir. Cuando estas relaciones se ven impactadas por la injusticia y la dignidad humana se ve desvalorizada, el individuo está atentando contra el principio del amor a la humanidad viviente (Turner, 2007, p.33). Considerando que este amor debe concretarse en hechos puntuales que se conviertan en ejemplos de vida para la sociedad (Guevara, 1977), percibo el estadillo social que está ocurriendo en Chile como un hecho concreto de este sentimiento. A pesar del profundo dolor que ha provocado la violenta represión, hoy hay un pueblo valiente de pie que está dispuesto a dar la lucha por la dignidad, por el respeto a los derechos humanos, por la justicia social y por empezar a “reconstruir las emociones, el abrazo y la mirada” (Lubuy, comunicación personal, 2019), hasta que el proceso de humanización se haya concretado y vivir en paz sea un derecho fundamental de nuestra nueva constitución. Chile ya ha tomado una decisión: esta reconstrucción ocurrirá en las calles, en las aulas, en los lugares de trabajo, en los barrios, en los hogares y en los senderos de nuestra naturaleza.Allende lo advirtió: “Toda sociedad debe ser una escuela, y la escuela debe ser parte integrante de esa gran escuela que es la sociedad, pero no la tradicional, introvertida, satisfecha de una enseñanza […] que no traspasa más allá de sus muros; […] construir la nueva vida y la nueva sociedad requiere […] una nueva voluntad, una nueva responsabilidad, y para ello tenemos que prepararnos (Allende, 1971, p.3-4).
En mi calidad de madre, educadora, activista social, Doctora en Ciencias Pedagógicas, profesora voluntaria en el SENAME y en la Escuela Hospitalaria, formadora de profesores, investigadora y conferencista a nivel nacional e internacional, y con toda la humildad que estos roles requieren, exijo al Gobierno que detenga la represión y la violación a los derechos humanos que se está ejerciendo en su dictadura. Ya no hay vuelta atrás, ya no es posible ignorar las rondas de esperanza del pueblo que está intentando reconstruir el amor a la humanidad viviente.
¡Arriba los estudiantes y sus profesores! ¡Arriba los que luchan!