La Universidad es una comunidad. Esto no quiere decir que sea una agrupación de personas cualquiera, un simple agregado de seres que coexisten en un determinado espacio físico (o virtual, como en los días que corren) sino un tipo de agrupación basada en vínculos respeto, solidaridad, igualdad y pluralidad. Tanto en Chile como en otros lugares, las universidades tradicionales se han erigido en una especie de réplica a escala de las comunidades políticas, es decir, constituyen espacios en los que sus integrantes tienen derechos reconocidos, creados en el marco de procesos de regulación normativa fundados en la autonomía universitaria, producto de decisiones colectivas, que dan impulso a verdaderas políticas universitarias. En el caso de algunas universidades chilenas— como la UACh— esas políticas pretenden resolver, inclusive, los problemas de desigualdad social de sus integrantes, sustituyendo en buena medida funciones que debieran corresponder idealmente al Estado. Poco importa, a estos efectos, que estas universidades sean entes estatales o privados.
Puede decirse que este estado de cosas es más beneficioso para sus integrantes que un contexto organizativo alternativo. Desde el punto de vista moral, sin ir más lejos, es preferible a otros espacios organizacionales desprovistos de toda posibilidad de crear lazos de pertenencia y un proyecto común. Pero, al mismo tiempo, las ventajas que ofrecen estas comunidades universitarias para sus integrantes solo son susceptibles de garantizarse y perpetuarse en el tiempo en la medida de que cada uno de quienes formamos parte de esta comunidad tengamos una real voluntad de respetarnos recíprocamente, independientemente de la posición que ocupemos y del estamento al que pertenezcamos.
El respeto es una palabra manoseada, trivializada, tratada como un estándar mínimo de convivencia cuando en verdad nos exige un esfuerzo importante: poner entre paréntesis nuestro ensimismamiento. Para respetar a otra persona hay que mirarlo verdaderamente como un(a) par. El respeto no es condescendencia ni cortesía formal. El respeto es empatía y solidaridad, es decir, implica, por un lado, ponerse sinceramente en la posición de esa otra persona e involucra, por otro, la voluntad de privarse de privilegios o de ventajas personales o grupales para lograr arreglos aceptables para todos. El respeto requiere ser caritativo al interpretar las palabras y acciones de otras personas, no presuponer, de entrada, la maleficencia.
Muchas veces estas disposiciones conductuales son concebidas como virtudes morales, a veces promovidas por posiciones religiosas, y que son absolutamente ajenas de los espacios laicos o públicos. Pero, en verdad, todas ellas pueden ser vistas como estándares de procedimiento necesarios para la vida en comunidad. Es decir, como una especie de virtudes cívicas. Las virtudes cívicas (o propias de una comunidad política) nos permiten dialogar de buena fe, discutir posiciones divergentes teniendo en cuenta el punto de vista de la otra persona y tomándolo en serio, reconocer y resguardar la autonomía de las personas para tomar sus propias decisiones; y construir valores comunes no desde la uniformidad sino desde la diversidad.
Las universidades siguen siendo espacios comprometidos con una razón pública, un respeto a la diversidad y un espíritu crítico que requiere que todos y todas nos comportemos reconociéndoles a las otras personas un estatus moral igual que el que nos reconocemos a nosotros mismos. Cuando exigimos ser tratados con respeto esa exigencia requiere ser universalizable, es decir, nos obliga no solo a mirarnos como titulares de ese respeto sino también como obligados a ofrecerlo. La cultura del diálogo y del respeto a menudo es más costosa porque nos exige más tiempo, más deferencia, más iniciativa, más asertividad y más disposición para el trabajo conjunto que otras formas alternativas de solución de conflictos. Pero, ninguna de esas otras formas alternativas es realmente democrática y ninguna supone genuinamente un respeto por las otras personas y un intento serio de construir comunidad universitaria.