“Los árboles centenarios son elementos irrecuperables”, afirma el Dr. Iván Díaz, académico de la Facultad de Ciencias Forestales y Recursos Naturales de la Universidad Austral de Chile (UACh). Ejemplares de más de cien años de vida albergan enorme cantidad de flora y fauna, almacenan CO2, ayudando a mitigar los efectos del cambio climático. Estas funciones son las principales razones por las que es importante su conservación, ya que árboles con estas características son cada vez más escasos tanto en Chile como en el mundo. En el predio San Isidro, cercano a La Unión, habitan numerosos ejemplares de grandes dimensiones, los que su dueño decidió conservar, compatibilizando la producción con la conservación.
Se trata de laureles, robles, pataguas y arrayanes, especies nativas que, si bien no están catalogadas en peligro de extinción, lo que sí está en peligro son los ejemplares centenarios. “En el caso del laurel, por ejemplo, esta especie no está en peligro, pero sí lo están los grandes árboles como los que habitan en el predio San Isidro y la ley no los protege”, enfatizó Iván Díaz. Su preocupación nace de un plan de instalación de torres de alta tensión, las cuales pasarán por dicho predio, talando 9 hectáreas de este bosque.
“Mi intención no es interponerme a este proyecto, solo pido que la empresa acepte desviar el trazado unos metros de distancia para no afectar los árboles más antiguos”, señala don Raúl García, dueño del predio, quien entregó los derechos a la empresa para el paso del tendido de alta tensión cuando aún no estaba definido el trazado exacto.
“Más allá de mi interés como dueño, creo que la conservación de estos árboles aporta a la ecología en el sentido que estos bosques casi ya no existen y derribarlos es una aberración”, comentó Raúl García.
Por su parte, el Dr. Díaz destacó que es posible y necesario hacer convivir la conservación de la flora y fauna con la producción agropecuaria en el campo chileno, como es el caso de este predio. Estos son parte de los desafíos de nuestra sociedad para el siglo XXI. “Los laureles, por ejemplo, viven en tierras bajas, bajo los 500 metros de altura sobre nivel del mar. Antiguamente, el laurel era un árbol común en sitios que hoy son destinados a la agricultura. Los Parques Nacionales no albergan esta especie, pues se encuentran a mayor altura. Algo similar sucede con los robles antiguos de más de un metro de diámetro, están en pocos lugares y los que quedan habitan en predios particulares. Entonces, estas personas son las que están conservando esos elementos de la biodiversidad, finalmente hacen conservación por interés propio”, opinó.